Es imposible no asociar cine y palomitas. Para todos nosotros, el ritual de comprar las palomitas y el refresco antes de entrar en la sala de cine es algo de lo más normal, pero… ¿cómo empezó todo?
Eso de que los cines ofrezcan para comer algo tan ruidoso no parece una decisión demasiado lógica. Si nos remontamos a los orígenes de las salas y nos trasladamos a Estados Unidos en los años 20, de ninguna manera podía concebirse que nadie comiese absolutamente nada durante la proyección de una película. Y es que el cine de aquellos días era una forma de ocio para las élites. Las palomitas de maíz se asociaban a alimento para clases bajas. Lo que ocurría es que las colas para entrar al cine eran enormes y algunos vendedores de palomitas callejeros decidían colocarse en el lugar para vender a toda esa gente que esperaba a comprar su entrada un cucurucho de palomitas. El olor era demasiado atrayente como para dejarlo pasar.
Poco a poco, los responsables de los cines empezaban a darse cuenta de que estaban perdiendo negocio. Pronto empezaron a incorporar en el hall de los cines puestos de venta de palomitas. Algo que se extendía a lo grande después de la Gran Depresión.
Sin embargo, el momento clave era la segunda guerra mundial. Ante la escasez de azúcar, los dulces se convertían en alimentos difíciles de encontrar. Lo que no se resentía era la producción de maíz o de mantequilla. El espaldarazo definitivo para que los cines se encontrasen su gran negocio del refresco y las palomitas.