Que empiece este texto con un ferviente alegato en defensa del brillante director hindú M. Night Shyamalan. Muy pocos directores en la historia del cine han sido capaces de diseñar un estilo tan propio reconocible como el de Shyamalan. Tanto en sus mejores obras como en las más flojas, es suficiente un minuto de metraje para detectar que estamos ante una de sus cintas. Crear un lenguaje propio es algo al alcance de unos pocos elegidos y Shyamalan se cuenta entre ellos.
Desde que firmase El sexto sentido allá por 1999, el público la ha tomado con un director atrevido y honesto. Pero obviamos que, además de firmar un buen puñado de películas sensacionales, su gran obra maestra iba más allá de los fantasmas. De hecho, llegaba con su segunda película. Shyamalan construía en El protegido el nacimiento de un superhéroe con la oscuridad que le caracteriza. Sin que nos diésemos cuenta, Shyamalan nos contaba una auténtica historia de cómic en la que probablemente sea la mejor cinta de superhéroes de la historia (lo siento, Christopher Nolan).
Tras un accidente de tren, todos los pasajeros resultan muertos, excepto David Dunn (Bruce Willis). Elijah Price (Samuel L. Jackson), un misterioso desconocido, le plantea una extraña hipótesis que explicaría por qué David ha salido indemne del accidente, pero esta explicación, de ser cierta, podría cambiar para siempre la vida de David y la de su familia.
Vale que Shyamalan haya ido alternando gloria e infierno a lo largo de su carrera, pero cintas como El Protegido bien merecen que hoy clavemos el pie en el suelo para defender hasta el final el trabajo de un director que se se acaba de la manga una cinta eterna. ¡Larga vida a El Protegido!