El mundo está lleno de “visionarios” cutres. De esos capaces de adivinar un futuro que termina por rebelarse completamente contrario a las previsiones. Algo que vivió el genial James Cameron en 1984 con el productor John Daly. Por aquellos días, Cameron estaba a punto de ofrecernos una de las mejores películas de la década, dando la bienvenida al célebre Terminator. Pero el responsable de Hemdale no daba un duro porque las cosas fuesen a salir de manera exitosa.
James Cameron quería rodar una escena que pudiese conectar con una posible secuela. En la misma, lo que nos encontrábamos era a los científicos de Cyberdyne Systems haciendo algo que ligaría directamente con Terminator 2. Y es que los científicos recuperaban el microchip del T-800, dejando claro que la guerra contra las máquinas no había hecho más que empezar. El problema es que John Daly pensaba que Terminator iba a ser un desastre y que la se cuela nunca llegaría. Así, ante lo que creía una imposibilidad para recuperar el dinero de sus inversores, impuso una condición en el rodaje de esa secuencia que pudiese darle una alegría a la gente que había puesto el dinero de la película.
Lo que ocurrió fue grotesco. James Cameron se veía obligado a filmar una escena en la que todos los personajes eran interpretados por inversores. El resultado era tan malo que el director decidía que la secuencia no apareciese en el final de Terminator. Así, nos quedábamos sin un momento que habría sido genial por culpa del mal ojo del productor John Daly.