Puede que estemos asistiendo a uno de los momentos más trascendentales de la historia del cine. Desde la entrada del nuevo milenio hemos ido asistiendo progresivamente a un crecimiento desmedido de las super producciones cinematográficas. Cada mes llegan a nuestras salas varios blockbusters en una búsqueda constante por hacer taquilla a lo bestia, sin intención alguna de ofrecer algo especial a nivel creativo. Algo que ha provocado una implosión del formato actual y que podría tener consecuencias evidentes a lo largo de los próximos años.
Si nos ponemos a buscar, nos encontramos fácilmente con una decena de películas de enorme presupuesto que no lograban ni remotamente alcanzar unos resultados aceptables en taquilla. Cintas que, en el mejor de los casos, costaban algo más de 100 millones de dólares, pero que en otros se iban hasta 300 millones o más de gastos de producción.
Ant-Man y la Avispa: Quantumania, The Marvels, The Flash, Blue Beetle y Shazam! Fury of the Gods venían a poner de manifiesto que el cine de superhéroes, como gran bandera de esta política, está de capa caída. Pero lo mismo le ha ocurrido a Indiana Jones y el Dial del Destino, Killers of the Flower Moon, Los Mercenarios 4, The Creator, 65 o Dragones y Mazmorras: Honor entre ladrones. Todas ellas, superproducciones que se la pegaban en taquilla.
En esta lista no estamos metiendo otras 20 cintas de descomunal presupuesto que terminaban salvando los muebles en taquilla de milagro, con cifras bastante pobres. Si no, que le pregunten a la última entrega de Misión Imposible, a La Sirenita o a Gran Turismo. Pero lo que queda cada vez más claro es que ya no hay espacio para esta forma de hacer cine. Es necesario dar un paso atrás y que los grandes estudios empiezan a limitar su nómina de blockbusters. El cine más pequeño ha de volver a ganar terreno y ya podéis apostar a que así sucederá.