Crítica de Robot Salvaje

Bueno, bueno, bueno… “Robot Salvaje” es una de esas películas que te hacen dudar de si entraste a ver una cinta animada o te metiste, sin querer, en un museo de arte moderno. Cada fotograma parece diseñado para colgarse en la pared de un salón minimalista, con sus pinceladas de colores imposibles y esa extraña obsesión por los planos generales que te dejan buscando a Wally, pero sin Wally. Todas una belleza visual, no me cabe duda. Pero claro, después de los primeros 45 minutos de alucinantes paisajes y luces de neón, te preguntas si alguna vez alguien dirá algo más allá de “bip-bop”, o si el robot protagonista nos va a sorprender recitando a Shakespeare.

Y hablando de robots, Roz, nuestra metalizada estrella, cae en una isla y rápidamente se convierte en la mamá más improbable de la fauna local. Porque, vamos, cuando piensas en maternidad, ¿qué te viene a la mente? ¿Un robot? No, ¿verdad? Pero ahí está Roz, cuidando a un gansito huérfano y a otros animales como si hubiera salido directamente de un anuncio de pañales. Eso sí, DreamWorks no se corta un pelo y mete unas buenas dosis de humor negro en medio de la ternura, lo cual se agradece porque, francamente, las películas que intentan ser “demasiado bonitas” acaban empalagando como un mal turrón en Navidad.

La trama, sin embargo, es tan predecible que casi puedes jugar al bingo del cine animado: naufragio, amigo entrañable, “nos vamos a llevar bien a pesar de nuestras diferencias”. ¡Bingo! Pero, ojo, que esto no tiene por qué ser malo. A veces, lo que necesitas es ese plato reconfortante de la abuela que has comido mil veces, pero que siempre te deja satisfecho.. Eso sí, no esperes aquí grandes giros argumentales ni finales que te dejen boquiabierto; más bien, prepárate para un carril algo recto que de vez en cuando se desvía para meterte un par de subtramas que nadie pidió, pero ahí están, como la aceituna en la ensalada.

Lo que sí destaca de verdad es ese tono melodramático que te coge desprevenido. Porque claro, empiezas riéndote de los chistes oscuros y el slapstick, y para cuando te das cuenta, estás con los ojos llorosos mientras Roz enseña a los animales sobre la amistad, el amor y cómo aceptar a los demás. Porque, claro, un robot que ni siquiera tiene corazón… ¿cómo es que logra hacerte sentir tantas cosas? Pues lo logra, y no te sientes para nada manipulado. O bueno, tal vez un poquito.

Eso sí, el segundo acto. Uf, ahí la cosa se estira como chicle barato. Parecía que todo estaba resuelto y la película decide que no, que necesita más acción, más drama, más lágrimas. Y ahí estás tú, viendo cómo meten con calzador nuevas aventuras que no aportan mucho, pero oye, los niños estarán entretenidos.

¿Es “Robot Salvaje” una película que va a redefinir el cine de animación? Pues no. ¿Es bonita de ver y te hará reír mientras de vez en cuando te suelta una cachetada emocional? Definitivamente sí. Y si tienes pañuelos a mano, mejor.

Ah, y un aviso final: si esperabas una reflexión profunda sobre la maternidad o la tecnología, ve con calma, que esto es más una montaña rusa de emociones que una conferencia filosófica.

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