Crítica El hoyo 2

Por algún motivo, siempre esperamos que las secuelas aporten algo nuevo, como si el simple hecho de ser “la segunda parte” las obligara a elevar el nivel de la primera o al menos complementarla. Y aquí es donde nos encontramos con “El Hoyo 2”, que no solo se queda corta, sino que parece haberse caído por completo en el abismo… y no de una forma poética, sino más bien desastrosa.

Visualmente, la película mantiene esa atmósfera opresiva y claustrofóbica que caracterizó a su predecesora. Pero, por alguna razón, esa sensación de inquietud que te atrapaba en la primera, aquí se siente como un parque de atracciones que ya visitaste varias veces: conoces todos los trucos, los saltos de susto, y el “horror” ya no te impresiona tanto. Es como si el director creyera que con reciclar el mismo set y unas cuantas metáforas mal cocidas bastara para volver a enganchar al público. Spoiler: no basta.

En cuanto a la trama… bueno, si esperabas respuestas o un desarrollo coherente de lo que vimos en la primera parte, vete preparando un buen café (o una siesta) porque te vas a quedar esperando. Al parecer, esta vez decidieron mezclar más conceptos filosóficos con menos sentido común, lo cual resulta en un guiso de caos, violencia gratuita y simbolismo barato. Todo ello adornado con personajes que parecen haber sido sacados de un molde genérico de “gente que grita y sufre porque sí”. La nueva protagonista, interpretada por Milena Smit, hace lo que puede con un guion que parece más interesado en confundir que en conectar. Si en la primera entrega sentías la desesperación de los personajes, aquí simplemente deseas que alguien termine con sus sufrimientos, y de paso con los tuyos.

Ah, y hablemos del final. Es de esos desenlaces que te dejan mirando la pantalla en silencio, pero no porque te haya dejado una profunda reflexión, sino porque no tienes ni idea de qué acabas de ver. Es como si el director hubiese puesto una cámara en su sala mientras discutía teorías existenciales con sus amigos fumando porros, y luego decidiera filmarlo como una película. Y hablando de porros, quizás ese sea el mensaje oculto de “El Hoyo 2”: que todo se arregla con un poco de humo.

Las escenas de acción son otro punto doloroso. No es que sean malas, es que parecen haber sido grabadas con una cámara de seguridad en un ascensor con gente en pleno ataque de nervios. No sabes qué pasa, no te importa qué pasa, y para cuando todo acaba, sigues igual de desorientado. Entre tanto movimiento brusco, uno acaba deseando que, ya que estamos en el hoyo, al menos alguien se digne a tirar la toalla.

En resumen, “El Hoyo 2” es la típica secuela que se siente más como una caída en picado que como una continuación lógica. Si la primera parte nos dejó hambrientos de respuestas, esta secuela nos deja con más preguntas y una indigestión argumental. Podría haber sido una crítica poderosa al comunismo o al capitalismo o… algo, pero lo que obtenemos es un revoltijo de ideas sin forma ni dirección. Ideal para aquellos que disfruten ver cómo una buena idea se ahoga en su propia pretensión.

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