Hay blockbusters que nacen con vocación de espectáculo y otros que parecen una partida de ajedrez jugada por un algoritmo de Netflix. Estado eléctrico, la nueva superproducción de los hermanos Russo, es un poco de ambas cosas: un despliegue visual de última generación envuelto en una historia que peca de predecible, aunque se trata de un cuento entrañable cargado de alma. Su presupuesto de 320 millones de dólares la convierte en la película más cara de la historia de la plataforma, la pregunta que sobrevuela a críticos y público es si detrás del brillo digital hay algo que realmente conmueva.
Estado eléctrico: ¿una epopeya retrofuturista o un escaparate de robots bonitos?
Millie Bobby Brown lidera la carga en Estado eléctrico, el último invento de Anthony y Joe Russo, un blockbuster que parece diseñado en un laboratorio de algoritmos de la N roja. Con la estrella de Stranger Things en el centro del cartel y un puñado de nombres ilustres en el reparto (Chris Pratt, Stanley Tucci, Giancarlo Esposito, Ke Huy Quan, entre otros), la cinta se presenta como un cóctel de aventuras, ciencia ficción y algo de humor que busca capturar el espíritu de los clásicos familiares… aunque muchos opinan que se queda en la superficie.
La película, basada en la novela gráfica de Simon Stålenhag, nos transporta a un 1994 alternativo, donde los desiertos del oeste americano están poblados por robots desahuciados y restos de una civilización tecnológica en decadencia. En ese escenario, Michelle (Millie Bobby Brown), una adolescente huérfana, viaja en busca de su hermano pequeño, acompañada de un robot de grandes dimensiones y un vagabundo interpretado por Chris Pratt, que aquí hace de pícaro con corazón (y un guion que no le exige demasiado más).
Un diseño de producción que quita el hipo (y no mucho más)
Si algo destaca es el apartado visual. El mundo que crean los Russo es retro y futurista a la vez, con ecos de A.I. Inteligencia Artificial, Ready Player One y E.T., pero con ese acabado de novela gráfica que tanto gusta en las sobremesas de Netflix. Los efectos especiales son tan espectaculares que cuesta distinguir lo real de lo generado por ordenador. Aunque esto no es mérito artístico sino económico: 320 millones de presupuesto no caen del cielo.
Sin embargo, la historia es harina de otro costal. El argumento es más plano que el robot de fondo que solo sabe decir “sí, señor”. Se trata de una trama predecible, personajes sin desarrollo y un clímax emocional que no emociona ni a los androides de la película.
Chris Pratt, Giancarlo Esposito y la fórmula mágica de siempre
El reparto está plagado de rostros conocidos. Chris Pratt repite su papel de hombre simpático de acción, aunque algunos lo ven más infantil que carismático. Giancarlo Esposito hace lo que sabe hacer: ser el malo calculador y elegante. Y Stanley Tucci aparece como el villano megalómano de turno, probablemente desde el sofá de su casa según algunos comentaristas más ácidos.
La gran baza emocional recae sobre los hombros de Millie Bobby Brown, pero incluso sus defensores reconocen que su personaje carece de la profundidad necesaria para conectar de verdad. Si esta película fuera animada por Pixar, estaríamos hablando de un peliculón… pero la carne y hueso de sus protagonistas no logran la misma magia.
Un Toy Story chatarrero y un cacahuete revolucionario
Y sí, hay robots para dar y tomar. Algunos críticos no han podido evitar comparar el desfile de criaturas mecánicas con un Toy Story postapocalíptico. Mención aparte merece el cacahuete antifascista con chistera y monóculo, un personaje que parece sacado de un cómic underground y que aporta ese toque de humor y desvarío que hace que la película no se tome tan en serio a sí misma.
¿Entretenida o simplona?
En definitiva, Estado eléctrico divide al personal. Hay quien la considera una propuesta sencilla pero efectiva, ideal para una tarde de cine en familia sin grandes pretensiones, y quienes la ven como un pastiche sin alma, un producto frío de la fábrica Netflix.
Puede que esta película funcione precisamente por lo que es: un juguete caro, bien engrasado y pensado para gustar al mayor número posible de espectadores, aunque el corazón quede al margen de la ecuación.