¿Quién dijo que elegir Papa era aburrido? ‘Cónclave’ lo convierte en puro suspense

Imaginen una película donde se encierra a un puñado de hombres mayores en túnicas rojas, les quitan los móviles, los aíslan del mundo exterior… y eso da lugar a uno de los thrillers más intensos, afilados y, para sorpresa de muchos, entretenidos del año. Edward Berger, tras su potente y visualmente arrolladora Sin novedad en el frente, ha decidido que su siguiente campo de batalla sea aún más silencioso pero igual de explosivo: el Vaticano. Y lo ha conseguido con Cónclave, una cinta donde la fe, la política y el puro ego humano se dan de tortas bajo la bóveda de la Capilla Sixtina.

El punto de partida no podría ser más sugerente: la elección de un nuevo Papa tras la muerte del anterior. Una situación que, en la vida real, podría resumirse con una fumata blanca y una oración solemne, aquí se convierte en una partida de ajedrez moral y estratégica, donde cada cardenal guarda un secreto y cada gesto puede ser una puñalada trapera. Berger nos encierra en esas paredes de mármol para convertir lo sagrado en escenario de una lucha laica de poder, conspiraciones y redención.

Pero no todo es solemnidad. Lo primero que sorprende es el tono del filme: mordaz, elegante y con un humor seco que atraviesa la sotana. Algunos críticos lo han comparado con una versión papal de La ley y el orden o una sátira con alma de thriller, y no les falta razón. Berger toma la pompa vaticana y la somete a un bisturí narrativo que la convierte en una historia tan atrapante como provocadora.

Ralph Fiennes, ese monumento humano a la contención elegante, lidera un reparto de ensueño en el papel del cardenal Lawrence, la brújula moral de esta jaula de leones cardenalicios. A su alrededor orbitan talentos como Stanley Tucci, John Lithgow o Isabella Rossellini, en lo que es uno de los repartos más jugosos del año. Y lo mejor: todos están a la altura del material. Cada diálogo es una bomba de relojería. Cada escena es una pieza del rompecabezas.

Visualmente, Cónclave es un caramelo. La fotografía de Stéphane Fontaine brilla con una frialdad majestuosa, y la música de Volker Bertelmann tensa cada instante con una elegancia que evita el efectismo fácil. Berger convierte cada pasillo del Vaticano en un laberinto de secretos, y lo hace sin perder nunca el sentido del ritmo ni caer en el sermón cinematográfico.

Eso sí, no todo es infalible. Hay quienes critican el desenlace —un giro de guion que algunos consideran más cercano a M. Night Shyamalan que a Robert Harris, autor de la novela original—, y es cierto que ese final puede dividir. Pero, si uno se entrega al juego, el golpe de efecto final no solo es válido, sino que refuerza el tono juguetón y provocador de la propuesta.

En resumen, Cónclave no es solo una película sobre religión. Es una historia sobre el poder, la ambición y la eterna lucha entre la fe y la política, contada con la precisión de un cirujano y el pulso de un gran narrador. Berger ha logrado hacer lo impensable: convertir una reunión de señores mayores en uno de los thrillers más estimulantes del año. Y eso, creedme, es casi un milagro.

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