Nota: 9,5
Seré yo, pero es escuchar a un monete hablar y se me ponen los nacasones de corbata. No vamos a andarnos con rodeos. “El Amanecer del Planeta de los Simios” es la mejor película de lo que va de año. Podemos decirlo alto y sin ningún tipo de complejo. Todo lo que alguien puede soñar cuando se sienta en la butaca del cine es lo que Matt Reeves ofrece en un filme que si no se lleva un carro de Oscars será por una mera cuestión de prejuicios. No les culpo por ello. Quien más y quien menos está hasta el culo de prejuicios. Sin ir más lejos, yo mismo no habría apostado un euro por que “El Origen del Planeta de los Simios” fuese a resultar una cinta tan genial. Lo que ocurre es que su secuela es superior en todos los sentidos. Más orgánica, más visceral, más emotiva, más trascendental en sus mensajes, más profunda en su análisis de la sociedad… Sencillamente gloriosa.
El objetivo de las anteriores líneas era, básicamente prepararles para la intrépida afirmación que un servidor va a soltar a continuación. Les recomiendo que se tapen los oídos a todos los abanderados de ese romanticismo corrupto que considera que “viejuno” siempre implica “mejor”. Allá vamos: “El Amanecer del Planeta de los Simios” es incluso superior a la original “El Planeta de los Simios” firmada por Franklin J. Schaffner allá por 1968. No hay que rasgarse las vestiduras. Vale que el final con Heston maldiciendo todo maldecible con la rodilla hincada en la playa no está pagado, pero ocurre que cada minuto de las más de dos horas que dura esta auténtica joya titulada “El Amanecer del Planeta de los Simios” es cine de muchos quilates. Desde la primera mirada que César nos clava nada más comenzar la cinta, resulta difícilmente descriptible la sensación generada en nuestro interior. La inquietud y el miedo se mezclan con una ternura y visceralidad que clavan al espectador es la butaca. La piel de gallina no se debe al salvaje aire acondicionado de las salas. Esta vez no. El motivo es que se ofrece una experiencia sobrecogedora.
“Es que a mi esas cosas no me gustan. Muy comercial” decía alguien a la salida de la sala, cuyo anonimato respetaremos. Mi queridísimo amigo anónimo, eres solemnemente tonto. Bueno. Puede que me haya pasado… ¡No, no! Tonto, tonto. Una flor se marchita cada vez que alguien dice esa frase. Un cachorrillo de labrador muere de pena cuando alguien utiliza esas palabras. La locución se desacredita a si misma desde el momento en que se emplea a modo de crítica la palabra “comercial”. Querido y tonto amigo, por si no fuese lo suficientemente genial, “El Amanecer del Planeta de los Simios” es, además, comercial. Así es. Tiene también la virtud de ser rentable.
La cinta habla por si sola. No requiere de un montón de individuos con aires de grandeza (como un servidor) diciendo que es buena o mala. También habla por si solo Andy Serkis, brillante actor que le presta sus gestos, su voz y su alma al ese simio llamado César protagonista de la cinta. Que la reiteración sirva para enfatizar la humilde (de tan humilde, casi miserable) opinión del aquí firmante. Todo lo lo que se le puede pedir a una película nos lo ofrece “El Amanecer del Planeta de los Simios”. La inversión económica que supone el precio de la entrada la recuperarán con creces. Se preguntarán entonces por qué la nota de la cinta se ha quedado a medio punto de la excelencia. La respuesta es fácil: porque Gary Oldman no sale más tiempo. Sencillamente magnífica.
Héctor Fernández Cachón