Dos años después de que su novia Sharon Tate, a punto de dar a luz, fuese asesinada por Charles Manson, Roman Polanski trataba de retomar su carrera cinematográfica. Eligió Macbeth, la mítica tragedia de Shakespeare. No cabe duda de que él sabía bastante de tragedias. La historia de Macbeth (y su mujer) había sido llevada a la pantalla en varias ocasiones. ¿Qué podía aportar Polanski a esta obra?
El director nacido en París en 1933 fue uno de los cineastas más precoces de su generación. En los años 50 se inicia en el cine con una serie de cortometrajes, ya en Polonia. En 1962 firma su ópera prima, El cuchillo en el agua. Tenía 29 años y toda la carrera por delante. Con Repulsión (1965) las cosas empiezan a funcionar. El joven director se mueve a la perfección en terrenos pantanosos. El cine se encuentra en un momento de esplendor en los años 60. La experimentación narrativa, los hallazgos técnicos y la originalidad en las tramas benefician a un Polanski que aporta novedades en cada película. Y no tarda en mostrar su habilidad para abordar diferentes géneros, convirtiéndose en uno de los directores más versátiles de la historia del cine.
Tras la comedia gótica El baile de los vampiros (con Sharon Tate) y la celebrada cinta de terror La semilla del diablo, Polanski da un giro de 180 grados con Macbeth. El director de origen polaco comienza a exhibir su enorme capacidad técnica construyendo un drama de gran ambición y rigor estético. Polanski lleva Macbeth a su terreno y no duda a la hora de teñir la historia de violencia, maldad y manierismo. Para el espectador actual, Macbeth de Polanski puede resultar un poco lenta y especulativa. La historia avanza con parsimonia mostrándonos el avance de su protagonista hacia la inevitable locura.
Trascendental es, como no podía ser de otra manera, el papel de Lady Macbeth, uno de los personajes más malévolos de la historia de la literatura. La bella Francesca Annis se encarga de interpretar, sin escrúpulo, a la mujer de Macbeth. A medida que la historia avanza, crece la tensión, la violencia y se aproxima la tragedia. Polanski resuelve con acierto este acercamiento a la obra de Shakespeare, aunque, eso sí, puedan detectarse algunos de los clichés propios del cine setentero.