Las críticas de todas las nominadas a los Oscar

 

Ocho son las candidatas, pero solo una escribirá su nombre con letras de oro dentro de la historia. “El Francotirador”, Birdman”, “Boyhood”, “El Gran Hotel Budapest”, “La Teoría del Todo”, “Descifrando el enigma”, “Whiplash” y “Selma” se jugarán esta noche el máximo reconocimiento dentro de la industria del cine en una noche que se presenta como un duelo épico entre “Birdman” y “Boyhood”. En todo caso, esto es lo que nos han parecido las nominadas en Alucine. Aquí te dejamos las críticas de todas y cada una de las películas, salvo “Selma”, cinta que todavía no hemos podido ver.

EL FRANCOTIRADOR

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Nota: 7

Cuando un director inicia su carrera, sus sueños son los de convertirse en Billy Wilder, Akira Kurosawa o Roberto Rossellini. Eso es lo mismo que decir que la aspiración del debutante es la de convertirse en leyenda. Cualquiera que centre sus energías en construir esas pirámides llamadas “películas” ha recibido mucho del cine, de modo que le quiere devolver otro tanto de lo mismo. Difícil se antoja entonces el imaginar que te conviertes en una de las más grandes leyendas del séptimo arte… ¡Y todavía te quedan décadas de cine por delante! Eso es lo que le ha pasado a un señor cuyo nombre hace que un escalofrío recorra nuestra espalda, pero cuyo rostro nos huele a hogar. Efectivamente, ese señor es Clint Eastwood.

El maestro firmaba allá por 1992 el más contundente retrato del pistolero que jamás ha dado el cine. “Western Crepuscular”, se ha dado en llamar un género del que “Sin Perdón” es la obra cumbre. Desde el momento en que William Munny levantara su rifle hacia el pecho de Little Bill (Gene Hackman), nada podía ya superar lo que Clint había logrado. El mundo ya era suyo. “Poder Absoluto”, “Los Puentes de Madison”, “Un Mundo Perfecto”, “Mystic River”, “Million Dollar Baby”… De obra maestra en obra maestra iba saltando el tipo de la mirada severa y la imponente presencia. Así entrabamos en el periodo más “flojo” del veterano director, culminado por la flojísima “Jersey Boys“. ¿El fin de Eastwood? No. De hecho, un nuevo principio.

El Francotirador” se planta en nuestras carteleras después de convertirse, solo con tres semanas en las pantallas del planeta, en la cinta más taquillera de la carrera del director. Con la tensa calma del hombre que espera disparar su rifle contra una presa humana, Eastwood va dándole forma a una cinta que marca un cambio de tendencia en su obra. En la línea de la inmensa “Cartas desde Iwo Jima“, la historia de “el Francotirador” mezcla con habilidad la incapacidad de un tipo normal y corriente por conciliar cabeza y corazón. El patriota de ideología corroída que dispara su arma contra mujeres, niños o o que la empresa exija, debe llegar a su casa y convivir con su vida normal, pero la paz no es una opción para un individuo cuya mente está en guerra.

Eastwood se acerca en “El Francotirador” a la historia de Chris Kyle, el francotirador de los SEAL que cuenta con el discutible “honor” de ser el miembro del ejército estadounidense con un mayor número de bajas causadas entre las filas enemigas. Al tejano se le atribuye la muerte de más de 160 personas en suelo irakí. No es de extrañar que al público americano le haya gustado tanto una cinta que, por momentos, nos hace sentir “avergonzados” de no izar una bandera estadounidense frente a nuestra casa. La habilidad y los valores de honor o compañerismo mostrados en las decenas de secuencias bélicas siguen el patrón esperado de un director que sabe muy bien como colocar la cámara para captar el lado salvaje de la condición humana. Donde se escapa el elemento que podría conducir a la excelencia a la obra de Eastwood es en la vertiente humana del personaje. Con trazo grueso, el maestro del matiz y la exploración de los miedos más primarios dibuja un pobre retrato del hombre tras el “asesino”. El que debería ser el elemento enriquecedor del filme se convierte en un pesado peaje a pagar para disfrutar de la arena del desierto, donde el director muestra sus mejores virtudes (pasaremos por alto ciertos patinazos en cuanto a retoques visuales).

Así las cosas, con la compañía de un sensacional Bradley Cooper y de su rifle, el viejo Clint vuelve a apuntarnos directamente. “El Francotirador” está lejos de ser su obra más redonda, pero parece que el grandísimo director cambia de tercio. Sin duda se trata de su mejor filme desde “Gran Torino“. ¿Qué queda entonces cuando ya eres una leyenda? Pues la aspiración a deidad. AClint Eastwood le sobra talento para lograrlo.

BIRDMAN

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Nota: 8,5

Cuando “Mecano” se separó, sus tres integrantes cometieron el mismo error: intentar hacer música de “Mecano”. Los miembros del afamado grupo tardaron en comprender que ciertos elementos, al fragmentarse no se convierten en piezas más pequeñas de un todo, sino en piezas nuevas. Algo parecido le pasó a Alejandro González Iñárritu después de romper su fructífera sociedad con Guillermo Arriaga. Tras las magnificas “Amores Perros”, “21 gramos” y “Babel”, director y guionista emprendían caminos separados dejándonos a un Iñárritu triste y sin rumbo tratando de hacer películas de un estilo que nunca volvería. El mejicano tampoco entendía que las partículas del elemento que formaba con Arriaga no podían convivir la una sin la otra en ese mismo género. “Biutiful” nos lo demostraría a todos de forma dramática. Así las cosas, el director se metía en la bañera, la llenaba de agua y dejaba caer un secador enchufado dentro. No quedaba nada de su estilo, era el momento de reinventarse sin miedos ni complejos, y esa descarga eléctrica se llama “Birdman”.

En el cine está todo inventado”… ¡Y un cojón de pato! (cualquier ocasión es buena para tirar de esta expresión). “Gravity” nos enseñaba el pasado año que en cuestión de forma la cosa no ha hecho más que empezar. Si con Alfonso Cuarón y su odisea espacial descubrimos al fin para que se había inventado eso del 3D, con “Birdman” el plano-secuencia entre bastidores de la obra de Michael Keaton deja en anécdota aquel “Soy Cuba” (1964) de Mijail Kalatozov. En neorrealismo italiano, la nouvelle vague… Id buscándole un nombre a esta panda de mejicanos de Iñárritu, Cuarón o Del Toro, porque el cine no tiene barreras para ellos. Lo de Emmanuel Lubezki va más allá. No sería descabellado empezar a hablar de uno de los directores de fotografía más grandes de la historia.

Bajemos la trascendencia un poco. Vamos a destilar la esencia de “Birdman”. Hablar de la película del hombre pájaro es hablar de su protagonista. Al más puro estilo “leyenda renacida”, Michael Keaton se marca el mejor trabajo de su carrera dentro de la piel de un actor aquejado de una cruel enfermedad: crisis de ego. La antaño estrella de la gran pantalla da vida a una vieja gloria del cine. Como hacía en su día Mickey Rourke en “El luchador” Keaton se enfrenta a un personaje con mucho de si mismo. Lo hace en clave de comedia amarga. El intento por ganarse el prestigio de un tipo de talento cuestionable adorado por las masas gracias a sus papeles en el cine de acción es el epicentro alrededor del que gira “Birdman”. La búsqueda de la redención artística mediante una obra de teatro en Broadway se convierte en el caldo de cultivo ideal para que el protagonista y un puñado de actores en estado de gracia nos regalen una de las obras más furiosas, salvajes y divertidas que han caído por la gran pantalla en bastante tiempo. El caminar de Edward Norton, las lágrimas de Naomi Watts, y los gigantescos ojos de Emma Stone forman, sin lugar a dudas, el mejor reparto del año. Casi nada…

Las virtudes se acumulan en una cinta que durante sus primeros sesenta minutos nos ofrece el mejor rato de cine del año. Pero cine es cine y teatro teatro, con todo lo que ello implica. Efectivamente, como no podía ser de otra forma, el principal y puede que único defecto de “Birdman” sea que la falta de oxígeno de un único escenario acabe por hacerse agobiante a medida que nos acercamos al final de su metraje. Ya saben: nadie es perfecto.

Sea como fuere el séptimo arte ha subido un escalón más. “Tragicomedia surrealista” podríamos llamarle. La cuestión es que la voz ronca del “Birdman que nos susurra detrás de la oreja y que nos acompaña a lo largo de toda la película es fácilmente reconocible por cualquiera de nosotros. Lo que pasa es que le llamamos de forma diferente. Todo son buenas noticias pero lo mejor de ellas es que Michael Keaton y Alejandro González Iñárritu han vuelto, están hambrientos de cine y dispuestos a quedarse ¡Yeah baby!

 


BOYHOOD

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Nota: 9,5

¿Es posible ser salvajemente innovador y absolutamente clásico al mismo tiempo? Aparentemente podría parecer imposible conjugar ambos elementos en una misma película, pero la película que hoy centra nuestro interés lo ha hecho a lo grande. Hablar de “Boyhood” es hablar de su curiosa sistemática de rodaje. El director Richard Linklater decidía rodar una película durante quince años. Cada uno de ellos, el equipo se reunía durante unos pocos días para despachar las pertinentes secuencias. El resultado es la lírica más hermosa. Esa que solo se puede encontrar en las personas más reconocibles. En la humanidad y su vertiente más cotidiana. Los protagonistas de “Boyhood” envejecen doce años desde el primer plano de la cinta, hasta el último. Lo hacen Patricia Arquette y el genial Ethan Hawke, pero especialmente hermosos es apreciar este extremo en un protagonista que se presenta como niño en el primer plano y se despide como hombre en el maravilloso final.

Lo realmente magnífico de “Boyhood” no es esa curiosa forma de rodar. Nadie recuerda esto cuando pasan los cinco primero minutos del filme. Lo maravilloso es un guión en el que pasa algo magnífico: La vida. Las ilusiones de un niño, los miedos de un adolescente, la pérdida de la inocencia o el amor y el desamor son tangibles hasta lo devastador. De hecho, también hay tiempo para encontrarnos con unos adultos que nos recuerdan eso de que nunca dejamos de madurar, de crecer y cambiar.

Como un espejo que nos devuelve nuestra propia imagen, el filme transcurre sin más sobresaltos que las bondades y crueldades que reserva el mundo a cada uno de nosotros. Efectivamente, se trata de una obra que va sobre todo el mundo. Así durante las casi tres horas de metraje de una película que vuela al mismo ritmo que un escalofrío recorre nuestras espaldas. Esa sensación que se tiene cuando uno se encuentra ante algo imperecedero. Ante algo que sobrevivirá al tiempo y a todos nosotros, porque la ambiciosa humildad de “Boyhood” está destinada a ser recordada.

¿Recordáis la primera vez que os enamorasteis? ¿Qué hay de esa sensación al descubrir que el mundo era un lugar implacable y lejano al cuento que imaginabais? ¿Os resultan familiares esas pequeñas crisis mezcladas con la sensación de que el planeta tierra está puesto ahí para ti? Todo eso se evoca en una película agilmente construida. Una cinta que suena a la piedra que cae desde la boca hasta el estómago la primera vez que te rompen el corazón.

Dentro de dos semanas es muy probable que “Boyhood” levante la estatuilla que la coronará como la mejor película del año, pero eso importa poco. Desde el momento en el que salimos embriagados de la sala del cine le dimos el mejor premio que puede ganar una película: el respecto de un espectador que se acaba de enamorar. Muchas gracias, amigo Linklater.

EL GRAN HOTEL BUDAPEST

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Nota: 8

El panorama era el siguiente: sábado noche, un hueco libre, visita indispensable al cine. ¿La película? No me importaba demasiado, sólo quería ir y empaparme del poder de la catarsis, necesitaba -y necesito- desconectar. Me proponen “El Gran Hotel Budapest“. No hay ninguna negación por mi parte. ¿Wes Anderson? Sí, me gusta. No soy un gran fan suyo ni defiendo todas sus películas a capa y espada. Es más, creo que es un director muy fiel a sí mismo y a su particular universo, pero irregular con sus historias (no con el talento que vierte en ellas). No iba condicionado para bien o para mal: tan solo había visto el tráiler en la televisión y dos o tres noticias sobre el reparto que completan su hotel. ¿Resultado? Dinero bien invertido y distracción asegurada por 99 minutos.

El argumento es sencillo. El Gran Budapest es un hotel que reúne a los seres más solitarios del planeta. Aunque es fácil entablar conversación, casi nadie habla con nadie hasta que uno de los huéspedes conoce al dueño del hotel y accede a que éste le cuente detalladamente cómo llegó a hacerse con el Gran Budapest. Si a Wes Anderson le gusta un recurso, lo explotará hasta la extenuación. Para abrir su historia, recurre a la recursividad y lo hace en cuatro grados: en primer lugar tenemos a una chica misteriosa que avanza con el libro “El Gran Hotel Budapest” hasta un busto lleno de condecoraciones, en segundo lugar tenemos al escritor del libro al que conocemos a través de la fotografía de la contraportada, en tercer lugar tenemos al escritor de joven (Jude Law) cuando visita el Gran Budapest y, por último, el relato de Zero, el chico de la portería que luego se convirtió en el dueño del hotel. Esta estructura recursiva no vuelve a darse en la secuencia invertida hasta el final, que se ‘recoge’ a modo de despedida.

Los protagonistas indiscutibles de esta disparatada aventura son M. Gustave (Ralph Fiennes), el conserje de “El Gran Hotel Budapest”, y Zero (Tony Revolori), el joven botones que se convierte pronto en la mano derecha del señor Gustave. Lo cierto es que tienen ‘química’ en pantalla y la relación que traspasa el ámbito profesional les sienta bastante bien, aunque ninguno de los dos abandona su papel y no pierden las formas. El caso es que Gustave, un personaje mariposón y lleno de florituras, es bueno dando cera a las damas viejas que visitan su hotel. Como es un hombre atractivo, muy servicial y completamente sincero, se gana el favor de esas viejas glorias. Hay una en concreto con la que tiene especial devoción, Madame D. (Tilda Swinton), que muere en extrañas circunstancias. Él la va a visitar con Zero y acude a la lectura de su testamento donde se entera de que la dama le lega un cuadro muy valioso, algo que no le sienta muy bien al principal heredero, Dimitri (Adrien Brody). Pronto la trama gira y se convierte en una historia de persecuciones.

Es una película en la que pasan cosas. No es de acción trepidante, pero los escenarios y las situaciones cambian, así que a menos que te disguste totalmente la estética, no consigas acercarte a los personajes o el nombre de Wes Anderson te repugne, algo vas a disfrutar. Me parece que “El Gran Hotel Budapest” es una de las películas más abiertas y menos complejas del director. Aunque continúa con su saga de personajes estrambóticos, piernas largas que corren recortadas en fondos contrastados y un hablar muy artificioso, la historia en sí no tiene ningún obstáculo que la haga incomprensible. Es muy concreta: mariposón que se interpone en la herencia de un heredero malo y su mejor amigo que le ayuda a salvar la situación y por el camino encuentra el amor. ¿Hola? No te puedes perder en la línea del argumento. No es como “Los Tenenbaums. Una familia de genios” o “La vida acuática con Steve Zissou”, que son un poco más difíciles de tragar -y hasta de disfrutar, pero no entro en eso que no quiero morir sepultado por la furia de los amantes del tejano-. Dicho con otras palabras que me repatean un poco, “El Gran Hotel Budapest”tiene un lado más comercial. Y, aún así, es difícil que el ‘gran’ público elija esta película.

¿Qué más cabe añadir? Aún si no te gusta la película, que puede pasar, siempre tienes la oportunidad de disfrutar de una fotografía excepcional, cariñosa y generosamente cuidada, de unos diálogos inteligentes -y forzados, sí- y de un humor que, si bien no provoca que la sala se convulsione en histéricas carcajadas, te deja un buen sabor de boca casi literal. No es la mejor comedia del año, probablemente ni siquiera la mejor comedia de Wes Anderson (creo que nada podrá superar “Academia Rushmore”), pero merece la pena verla.

LA TEORÍA DEL TODO

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Nota: 6

Quizá ha sido por culpa de las altas expectativas que me producía “La teoría del todo“, la última película biográfica sobre el científico más famoso en la actualidad, Stephen Hawking, pero lo cierto es que me ha dejado tan indiferente que apenas puedo creerme que haya visto una película con intenciones lacrimógenas. Sé que me aparto de las corrientes críticas que alaban este film de James Marsh, pero sé que no estoy solo y que algunos de vosotros compartiréis

Poca sinopsis es necesaria en un caso tan conocido a nivel mundial como es el fenómeno Hawking: un científico brillante con ELA (la enfermedad por la que surgió el Ice Bucket Challenge, por cierto) que se casó y vivió más tiempo del que todos esperaban. Tuvo tres hijos con su primera mujer y otro más con la segunda, aunque esto no aparece en la película, ya que se centra en su relación con Jane Wilde.

La fotografía es muy delicada y el equipo artístico ha hecho un gran trabajo con la ambientación, pero ha sido la banda sonora la que ha destacado por encima y se ha llevado la estatuilla en losGlobos de Oro. No me opongo, pero la música de Johan Johansson me ha parecido chillona… Y no me malinterpretéis, si la escuchara desde mi mp3 en la cama, con las luces apagadas, me encantaría. Más bien, lo fliparía, pero en la edición se ha abusado y en algunos momentos es casi hasta molesta. Tampoco el recurso del flashback ha estado bien empleado. En general, la técnica para la narración me ha parecido muy floja y no ha dado el soporte necesario que necesita esta clase de guión.

Los personajes, sin embargo, están sólidos, y aunque Eddie Redmayne se lleve todas las alabanzas por su particular y alucinante actuación (se nota que se ha trabajado los espasmos, la voz, los movimientos faciales, etc.), a mí me ha conquistado una Felicity Jonestotalmente en estado de gracia. Y para seros francos no es una actriz que me entusiasme; de hecho, era en la que menos confiaba, pero me alegro de haberme equivocado y haber descubierto sus dotes. Supongo que también ayude la simpatía que me ha causado el personaje desde el primer momento. Más que Hawking, para mí es ella la protagonista de “La teoría del todo”.

Y él, bueno, ¿qué se puede decir al respecto? Cuando un actor interpreta a alguien con una enfermedad degenerativa, tipo Daniel Day-Lewis o James McAvoy no oyes muchas críticas. Y yo no es que sea un insensible, pero en algunos momentos creo que la línea que separa una interpretación brillante de alguien con esta clase de discapacidad motora de una interpretación un tanto… jocosa, digamos, es muy muy muy fina y en más de una ocasión se traspasa, aunque no se quiera admitir por convención social. En cualquier caso, Redmayne está grande y es normal que las nominaciones se peguen a él como moscas.

Los secundarios también destacan. Los actores son el peso pesado de esta biografía descafeinada y al menos eso se agradece. Harry Lloyd (Brian en “La teoría del todo”) asume el papel de amigo gracioso y aprovechan para poner en su boca una pregunta sobre la fisiología de Hawking que todos nos hemos hecho alguna vez, pero a pesar de esto sus intervenciones están pasadas de rosca. David Thelwis, Emily Watson Maxine Peake y Charlie Cox escasos en pantalla, aunque muy correctos todos ellos. Quizá este último ha sido el que más ha podido lucirse por los debates morales en los que se consumía su personaje, pues su posición es frágil y está en el punto de mira de todos. El espectador también lo juzga.

Pero, como ya he dicho, la estrella de “La teoría del todo” es Jane Wilde Hawking. Y es una verdadera lástima que hayan decidido cortar cuando la fama alcanza al científico, ya que, precisamente, la chicha está en lo que viene después. También le sobra romance y le falta más consistencia física de un modo accesible al espectador medio. Creo que han temido que nos perdiéramos demasiado y han recortado todo lo posible y más, pero no ha sido una buena solución.

En fin, no es una película mala: sus actores principales están soberbios y la historia tiene interés, pero le falla la técnica narrativa y es como si tuviera horchata en las venas, si es que una película puede tener venas. Vosotros entendéis la metáfora.

DESCIFRANDO EL ENIGMA

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Nota: 7,5

“A veces la persona que nadie imagina capaz de nada es la que hace cosas que nadie imagina”.Esta frase se repite tres veces a lo largo de la película en boca de tres personajes diferentes, aunque todos ellos con el mismo nexo común: Alan Turing. No es por quitarle la magia, pero decir eso es lo mismo que decir nada. Es una frase demasiado amplia y ambigua como para que alguna vez no acierte… Este arranque de consuelo infantil es perdonable porque “The Imitation Game (Descifrando Enigma)” es una de esas películas que merece la pena ver.

Con cierto aire de telefilm, muy cuidado, eso sí, porque viene con su sello “british”, y personajes arquetípicos muy marcados, incluso en sus diálogos, esta película ha conseguido, entre otros premios y nominaciones, 5 papeletas para los Globos de Oro: Mejor actor, Mejor actriz de reparto, Mejor banda sonora, Mejor guión y, cómo no, Mejor película. Estos premios son conocidos también por ser la antesala de los Oscar y es posible que estemos ante una película que se lleve más de una codiciada estatuilla.

No estaré de acuerdo si se alza con la del guión, aunque tampoco estaré en contra. Graham Moore ha hecho un trabajo muy elegante que se ve correspondido en el departamento de fotografía. Por si acaso queda alguien que no sabe de qué va “The Imitation Game (Descifrando Enigma)”, aquí va una socorrida y breve sinopsis: los alemanes están ganando la guerra y envían mensajes cifrados que son interceptados, pero no descodificados. Para ello emplean una máquina de escribir especial; la llamada “Enigma”. Nadie puede comprender su mecanismo, así que la Inteligencia británica contrata hombres dotados para descubrir su funcionamiento. Entre ellos está el célebre Alan Turing, interpretado por un soberbio Benedict Cumberbatch. Este episodio histórico tiene relevancia no solo porque con la ayuda de Turing se acortó la guerra y se salvaron vídas, sino porque este héroe fue condenado a la castración química por ser homosexual. Y sí, esta película os llevará a una dolorosa frustración: sabemos que va a acabar mal.

Lo mejor del guión de Moore, para mí, ha sido el tratamiento del equipo encargado de descifrar a Enigma. A pesar de estar en guerra, una situación crítica y temerosa para cualquier nación, no se respira el aire a pólvora, no hay tiros ni explosiones, tampoco qué malos son los alemanes. Estedistanciamiento “forzado” por el guión es crucial, creo, para entender cómo Turing y el resto de los cerebritos trabajan a contrarreloj con una presión enorme sobre sus espaldas. De hecho, la película se desarrolla básicamente en interiores y el toque claustrofóbico está muy bien dado. También me ha resultado agradable ver que no se necesita caer en la morbosidad: lo más fuerte que se ve es la pierna amputada de un soldado, pero ya está. Lo mismo para la homosexualidadde Turing: se trata de un modo discreto, sin carnaza que atraiga al público fácil (creo que eso ya lo hace el maravilloso elenco).

Ahora bien, hay otras cosas del guión que, a mi parecer, lo estropean, pero estas ya son más bien para los puntillosos y los que no temen a los spoilers. Moore se mete en el terreno melancólico cuando decide que la máquina que construye Alan ha de llamarse Christopher, como el primer y único amor de nuestro protagonista. Esto no fue así, y aunque es un detalle encantador, está hecho claramente para estimular la sensibilidad. Trampas así no, ¿eh? ¡Así no! Hay otros detalles históricos que se desdibujan o que pierden precisión, pero estamos ante una película, no un documental, y aunque se basa en una historia real, tiene que llenar salas y ganar premios. Incluso en algún momento de “The Imitation Game (Descifrando Enigma)” se dice que la verdad es relativa.

Los personajes secundarios se desarrollan poco, especialmente los miembros del equipo entre los que se encuentran Matthew Goode como el ajedrecista Hugh Alexander. Allen Leech como Cairncross o Matthew Beard como Peter Hilton. Estos tres criptógrafos, los mejores del país, apenas tienen nada que hacer bajo la enorme sombra de Alan Turing, personaje fascinante por sus excentricidades que solo se toleran por la gran mente que hay detrás. Al final, Benedict Cumberbatch hace tan buen trabajo que el tipo, soberbio, torpe e inadaptado, te acaba cayendo bien. Imposible no pensar en Sherlock Holmes, sobre todo teniendo a su última encarnación justo delante. También recuerda a Sheldon Cooper y a toda esa estela de genios insoportables que están saliendo de debajo de las piedras en la ficción. Y ya que menciono esto, es justo decir que el verdadero Alan Turing no era así. En “The Imitation Game (Descifrando Enigma)” se han acentuado sus rasgos para tener a otro nerd adorable.

Desde luego, no son los otros criptógrafos los que nos importan y conocerlos un poco mejor habría supuesto más minutos de metraje, algo que habría resentido la película. El papel deKeira Knightley, sin embargo, está más privilegiado que el resto y tiene la oportunidad de lucirse en varias ocasiones. En contra de lo que pensaba, la chica ha estado muy correcta y ha sido una compañera a la altura de Turing, aunque no han podido salvarla de caer en ciertos clichés femeninos.

Queda muy poco más que decir sobre la película. “The Imitation Game (Descifrando Enigma)” es elegante, sobria y… cruel, tremendamente cruel. No se reboza en el sentimentalismo, pero es que no lo necesita para llegar a la conclusión de que el mundo apesta por las personas que lo habitan. Y el dato escalofriante para cerrar este artículo es que… hasta 1967, en Reino Unido, lugar al que consideramos civilizado, etc, etc., se castigaba a los homosexuales. La guillotina en Francia se siguió usando hasta 1977 y en España el garrote vil hasta 1974. Datos demagógicos, quizás, pero a veces viene bien recordar que no estamos tan avanzados.

WHIPLASH

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Nota: 9

Silencio. El tempo en la mente. Dum… El corazón bombea sangre hasta el cerebro. Dum… El pálpito en la sien empieza a hacerse audible dentro de tu cuerpo… Dum, Dum… El calor comienza a hacerse tangible para el resto de sentidos. Dum, Ba Dum… Un calambrazo sacude todo el cuerpo. Dum, Ba Dum, Dum Ba Dum… Un último bombeo del corazón lanza un hilo de sangre por las venas de ambos brazos, un ataque de furia nubla la mirada y lanza una rítmica descarga de adrenalina contra el platillo. Chasss… Eso es “Whiplash”.

Si hablamos de una película centrada en un joven ambiciosos y su abusivo maestro, probablemente el ritmo de “Whiplash” nos resulte familiar, pero nada más lejos de la realidad. La partitura que compone el debutante Damien Chazelle es algo mucho más contundente y rotundo. El sonido de las baquetas de Miles Teller al chocar contra su batería y hacer sonar los acordes imaginados por el joven director va provocando que unas insanas vibraciones se extiendan por todo nuestro cuerpo. Esto va más allá. Es música sobrecogedora, si. Pero por encima de todas las cosas son dimensiones humanas sobrecogedoras.

El joven Andrew Neiman (Miles Teller) vive por y para convertirse en el mejor batería de jazz. Una desmedida ambición con la que llegará al elitista Conservatorio de Música Shaffer, probablemente el mejor de todo el país. Andrew no busca la excelencia. Va más allá. Su objetivo es lograr la inmortalidad. Cuando el riguroso profesor Terence Fletcher (J.K. Simmons) elige a Andrew para formar parte del conjunto musical que dirige, la capacidad de sufrimiento del joven será llevada hasta extremos que nunca pudo haber imaginado.

Ni treinta segundos tarda “Whiplash” en hacer que las miradas de Teller y Simmons se crucen. Ese es el momento en el que la corriente eléctrica empieza su arrollador camino. Es también el instante en el que acercamos nuestra mano y entramos en un circuito del que ya no podemos salir. Nosotros también somos llevados a extremos emocionales más propios de un thriller a la vez que chocamos con la esencia misma del ser humano al ser extraído de su vertiente social. Andrew y Terence son las dos caras de una misma moneda. Viven por y para ellos. A su alrededor solo hay elementos útiles o prescindibles en su objetivo de alcanzar la perfección.

Es imposible no caer víctimas del preciso y precioso clima creado por Chazelle. “Whiplash” es de esas películas con las que te das cuenta que el cine siempre puede ir un paso más allá. La intimidad del retrato de una obsesión con la cara del sensacional Miles Teller y de un señor que ya sabíamos hace tiempo que es enorme, pero que el mundo parece haber descubierto ahora: J. K. Simmons. Dum, Ba Dum, Chasss…

Larry y Héctor