Nota: 8
“En el juego de cartas, o ganas o mueres”. Este podría ser el eslogan al más puro estilo “Juego de Tronos” de la ficción televisiva que lleva dos temporadas conquistándonos y que la próxima semana volverá a nuestra parrilla televisiva con los nuevos capítulos de su tercera temporada. Efectivamente, nos referimos a “House of Cards”. La que en su día se convertía en la gran apuesta de Netflix es hoy ya una serie consagrada que no ha hecho más que evolucionar desde aquel primer capítulo dirigido por el gran David Fincher.
Con una trama que nos situá en Washington y en el corazón político del planeta, “House of Cards” nos transporta a las “cloacas” de un estado y al lado más turbio de la dirección del mundo libre. Tomando como hilo conductor la desmedida ambición del congresista demócrata Frank Underwood (Kevin Spacey), la serie nos acerca a las manos que mueven los hilos del poder. Con la oscura mirada de Kevin Spacey vamos caminando por el fino hilo que separa lo legal de lo delictivo. De hecho, más apropiado seria decir que vamos saltando de un lado a otro de la linea con el firme objetivo de llegar a lo más alto de la escala evolutiva política: El asiento de presidente en la Casa Blanca.
“Hay dos tipos de dolor… El tipo de dolor que te hace aún más fuerte y el dolor innecesario, el tipo de dolor que solo trae sufrimiento. No tengo paciencia para cosas innecesarias. en momentos como este, se necesita a alguien que actúe, que haga las cosas desagradables, pero necesarias. Ya está. No más dolor”. Esas son las palabras con las que da comienzo la sensacional “House of Cards”. El personaje de Kevin Spacey las pronuncia sobre el cuerpo de un perro que acaba de ser atropellado y sufre en el suelo. Mientras tanto, la primera seña de identidad y uno de los elementos más característicos de la ficción irrumpe como clara declaración de intenciones: El protagonista rompe eso que en cine se llama “la cuarta pared” y se dirige directamente al espectador mientras mira a cámara. La intimidad que mantenemos con un personaje que cada poco nos mira para hacernos partícipes de sus reflexiones o planes es lo que nos lleva a empatizar e incluso amar a un personaje de cuestionable escala moral. La presentación del ya célebre Frank Underwood no podía ser más acertada al acabar con la vida del malherido perro en lo que podría parecer una muestra de humanidad, pero que rápidamente se torna en un acto de economización de tiempo.
Es muy complicado no caer a los pies de la pareja formada por Kevin Spacey y Robin Wright. El matrimonio en la ficción el lo más cercano a exprimir las líneas de la obra de Maquiavelo y utilizar las gotas para bendecir a una pareja. Saben lo que quieren, buscan un fin y los medios poco importan. Harán lo que tengan que hacer para alcanzar lo que una vez se propusieron como objetivo en sus vidas. Es así como intercambian miradas cómplices y comparten cigarrillos mientras planean cada nuevo paso.
“House of cards” puede no ser demasiado cercana a la realidad en algunos de sus pasajes, pero la esencia de la serie deja un aroma a que el mundo es un lugar mucho más oscuro de lo que parece, movido por las manos de personas que cuentan a los ciudadanos como votos y que realizan un “loable” servicio público que les ayude a conquistar mayores cotas de poder. Un aroma que nos resulta demasiado familiar por las veces que ha flotado en nuestras calles. Ah, el poder…
Héctor Fernández Cachón
“La presentación del ya célebre Frank Underwood no podía ser más acertada al acabar con la vida del malherido perro en lo que podría parecer una muestra de humanidad, pero que rápidamente se torna en un acto de economización de tiempo.´´ No podría estar más de acuerdo.