Steven Soderbergh deja el cine. Hace escasamente dos años, el director americano anunciaba su deseo de dar un cambio de rumbo a su carrera tras dirigir veintiocho películas desde su brillante debut, allá por 1989 con “Sexo, mentiras y cintas de vídeo”. Dado que la gente del cine tiene tendencia a hacer este tipo de cosas cuando están ligeramente estresados, no sería de extrañar que volviésemos a encontrar a Soderbergh detrás de las cámaras más pronto que tarde. En todo caso, tras la pobre década de cine que venía de ofrecernos el de Atlanta, no nos hacía tomarnos la noticia con excesivo dramatismo. Desde que firmase, una tras otra “El Halcón Inglés”, “Erin Brockovich”, “Traffic” y “Ocean´s Eleven”, Soderbergh se volvía un director errático que perdía por minutos la identidad que le había llevado a levantar el Oscar al Mejor director en el año 2000 gracias a la mencionada “Traffic”. Ni las sucesivas secuelas de “Ocean´s eleven”, ni el ambicioso proyecto de “El buen alemán” lograban devolvernos al mejor Soderbergh. El problema es que el director se guardaba un as en la manga para dejarnos con ganas de más Soderbergh, y es que “Efectos secundarios” es la cinta que marca su retirada, pero también su mejor obra de los últimos diez años.
Antes de empezar a dedicarse a la pintura, al teatro y a la literatura, Steven Soderbergh elige, para despedirse de la audiencia, una cinta y un guión cortados a su medida. Siempre ha sido seña de identidad de la casa la denuncia de mafias y conspiraciones. No nos referimos a las mafias de Scorsese ni a las conspiraciones judeo-masónicas, sino a esas otras que sabemos que existen y que actúan con amparo de la ley y absoluta impunidad. En “Erin Brockovich” eran los atentados contra el medio ambiente y contra la salud pública de grandes compañías (de gas y electricidad en esta ocasión). En “Traffic” se trataba de la cadena industrial, comercial y política que provoca que las drogas estén al alcance de cualquiera. Ahora, en “Efectos secundarios” llega el turno de darle la bofetada a la industria farmacéutica. Probablemente sea aprovechamiento del miedo ciudadano imperante en esta sociedad de riesgo, pero no dejan de ser atinadas obras de denuncia que ponen de manifiesto el funcionamiento real de nuestro mundo.
“Emily (Rooney Mara) es una joven con problemas emocionales que la sumergen, periódicamente en fuertes depresiones. Ante la inminente liberación de su esposo Martin (Channing Tatum) tras pasar cuatro años en la cárcel por un delito fiscal, Emily vuelve a experimentar una preocupante ansiedad. Para tratarla, la joven acudirá a un psiquiatra (Jude Law) que le recetará un nuevo medicamento al que la joven se hará rápidamente adicta. El personaje de Law colabora, a cambio de una suculenta suma de dinero, con una empresa farmacéutica para comenzar a colocar en el mercado ese nuevo medicamento. De lo que no es consciente, es de los efectos secundarios que el fármaco puede causar.” Ahí lo tienen. Lo que yo les decía. “Efectos secundarios” ofrece el caldo de cultivo ideal para que Soderbergh pueda mostrar todo su talento. Ritmo, manejo de las emociones y sensaciones del espectador y un guión complejo, pero bien atado. Solidez en una realización en la que la cámara se convierte en el elemento principal narrativo. Ninguna posición de plano está descartada cuando Soderbergh elige el tiro de cámara.
A pesar de que los últimos minutos del metraje se hacen ligeramente largos y de que, cuando creemos que ha llegado el final, todavía quedan sucesivos giros innecesarios, la cinta funciona. “Efectos secundarios” acusa ese peso final, pero es pequeño defecto para una obra que atrapa y fluye con habilidad. Si Jude Law, Catherine Zeta-Jones y Channing Tatum son viejos y solventes conocidos del director, la palma interpretativa se la lleva una Rooney Mara (nominada al Oscar por su Lisbeth Salander en la versión americana de “Millennium”) que parece no tener límites. Poderosa en todos los registros, misteriosa y con un magnetismo asombroso, Mara está llamada a ser una de las grandes durante los próximos años, si es que no lo es ya.
De modo que Soderbergh se retira. Lo hace con una cinta acertada y con una identidad propia intacta. Así las cosas, parece que todavía tiene mucho que ofrecer. Solo tiene cincuenta años y, o mucho me equivoco, o todavía veremos mucho más Soderbergh.