Todo genio y talento. Así era Omar Sharif. Ayer, el cine tenía que enfrentarse a otro de esos momentos tan difíciles: despedir a una de sus grandes estrellas. Un ataque al corazón apagaba para siempre el vagar por este mundo de indignos del enorme intérprete egipcio. 83 años antes había nacido en Alejandría, lugar ideal para firmar el primer episodio de una vida tan inclinada al elitismo intelectual. Una sonrisa amable ayudaba a atemperar el fuego de la severa mirada que lanzaba esos ojos capaces de derretir el cuerpo de Julie Cristie o la nieve de “Doctor Zhivago”. En ellos viajaba el reflejo de la arena del desierto que recorrería a lomos de un dromedario y en compañía de Peter O´Toole.
Omar Sharif nunca fue un tipo de carácter sencillo. Demasiada pasión y un salvaje talento le convertían en caviar para la gran pantalla, pero en amargura para la vida real. En 1955 se casó con Faten Hamama, para divorciarse 19 años después. Nunca nadie se atrevió a disputarle el título a Hamama en el resto de años de vida del intérprete: ella era el amor de su vida. El pasado mes de enero, la mujer fallecía sin que Sharif se enterase. Si algo bueno tiene el Alzheimer, es que puede mitigar el dolor cerebral. El problema es que, pese a que su mente permaneciese ajena al hecho, su corazón no podía dejar de llorar. Un corazón que ayer ayer se cansó de un mundo en el que no estaba su amor.
Apuesto a que, junto a su viejo amigo Lawrence de Arabia, ya ha emprendido la búsqueda de la mujer a la que nunca supo, ni quiso olvidar. Buen viaje, viejo amigo.
https://youtu.be/XJLH9urJEHM