Las mejores películas de la historia en Alucine
Si vais a Filmaffinity y echáis un vistazo a la crítica más valorada de Falstaff (Campanadas a medianoche) encontraréis un maravilloso retrato de Orson Welles. Poco más deberíamos añadir, pero vamos a ello…
Si hablamos de las mejores películas de la historia, este tipo podría tener fácilmente seis o siete. Pero hoy me apetece dedicarle unos párrafos a Falstaff. Tal vez porque es una de las últimas que he visto de este director o porque, sencillamente, es magistral. ¿Una obra maestra? Ya no sé lo que significa eso, de tanto que se utiliza, pero sí puedo decir que es otra película salvavidas, como El hombre tranquilo y un puñado más.
A medida que uno se hace mayor se suele volver más exigente y pierde un poco de su capacidad de sugestión. Como cantaba Rocío Jurado, hace tiempo que no siento nada al hacerlo contigo. Esto me pasa con buena parte del cine, incluso con algunos directores que defendí en el pasado. Pero con Welles, no, amigo. Con este tipo cada polvo es homérico, que diría aquel…
Para Falstaff, el director nacido en Wisconsin en 1915, acudió de nuevo a Shakespeare, como ya había hecho en Otelo y Macbeth. Pero esta vez se decidió por un personaje secundario que aparecía en algunas obras del escritor inglés, especialmente en Enrique IV. ¿Por qué Falstaff? Seguro que Welles pensó que este personaje le venía como anillo al dedo.
Pero en mi opinión, se trata de una decisión inteligente desde un punto narrativo. Si queremos contar un relato inspirado en la historia real de una nación, es más útil acudir a un personaje secundario y transformarlo en protagonista. La novela histórica ortodoxa lo ha hecho así, desde Walter Scott, casi siempre dejando a los reyes y grandes nobles en un segundo plano.
No obstante, Welles no fue el primero que dio protagonismo a esta figura literaria, ya que Verdi y Salieri (sí, ese) crearon una ópera con su nombre.
De cualquier forma, la caracterización de Falstaff en la obra de Welles es fantástica. Es un personaje del siglo XV británico pero que ha existido y existirá siempre: el viejo bonachón pero pícaro y pendenciero, borrachín, sucio, pero honorable y de buen corazón. El esfuerzo que hace el director en la interpretación de su personaje principal es enorme, un esfuerzo tal vez parecido al que requirió el corrupto capitán Hank Quinlan de Sed de mal.
Alrededor de Falstaff pululan una serie de personajes, destacando Hal, el príncipe de Gales, hijo de Enrique IV, y al que Falstaff tutela con dudoso decoro. Fernando Rey, Jeanne Moreau y John Gielgud son los actores más importantes que acompañan a Welles.
Si las interpretaciones y la dirección de actores es sobresaliente qué decir del diseño de producción y de la fotografía. Rodada en España, el director norteamericano saca petróleo de las localizaciones y ayudado por su director de fotografía y por el departamento artístico, crea una película estéticamente maravillosa.
Hay que recordar que Welles viene de rodar otra genialidad como El Proceso. Tiene casi 50 años y domina como nadie el arte cinematográfico. Falstaff es una de las últimas muestras de esta sensacional capacidad creativa.
Falstaff, como cualquiera de sus películas, tiene un sello particular. Lo percibimos en sus planos, en el montaje, en los travellings, en el ritmo… “Esto solo puede ser de Orson Welles”…
Si a nivel técnico y estético, Campanadas a medianoche es espectacular, el guión es el que convierte a esta película en eterna. Diálogos ingeniosos, personajes de carácter y una historia que nos habla de madurez, vicios, amistad, amor, conspiraciones, guerras, honor… Y traición.
Una película como esta no se merecía un final cualquiera. Y el de Falstaff es soberbio. Hace años que no he vuelto a ver Falstaff, y algunas cosas ya no las recuerdo bien, pero el rostro del personaje de Welles en la última escena, en el castillo, no se me olvidará nunca…
Gracias, Orson Welles, por ser indómito, por mostrar el camino… El único que merece la pena.
David Rubio