El cine es tan grande por minutos como estos… Hoy nos ha sido imposible no recordar Blade Runner, una de las obra cumbre del género “ciencia ficción”. Hermoso y trágico poema, Blade Runner aborda con maestría el mundo de los sentimientos humanos, más puros en esos Replicantes condenados a un dramático final, que en los auténticos seres humanos. El futuro que nos regalan Ridley Scott, la legendaria fotografía de Jordan Cronenweth y la absorbente partitura de Vangelis está cargado de nostalgia. A pesar de que todo parece frío e impersonal, las emociones que corren por la cinta son lo que separa a Blade Runner de cualquier otra cinta de ciencia ficción. Nadie siente como los Replicantes. Como mucho el “Hal 9000″ de “2001: Una odisea en el espacio”.
A pesar de que la película resultó un fracaso en el momento de su estreno, el tiempo no tardó en ponerla en su lugar. La cinta se convertiría en uno de esos pocos casos en los que la adaptación cinematográfica está a la altura de la novela en que se basa (“¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” de Philip K. Dick) y, a día de hoy se hace imprescindible en la estantería de cualquier cinéfilo. Todo funciona como un perfecto mecanismo en la película. Los Replicantes no son la gran obra del ser humano. Es Blade Runner.
“Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tanhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”. ¿Hace falta añadir algo más?