Las mejores película de la historia (por David Rubio)
Existe una película poco conocida de Rossellini titulada L’uomo dalla croce. Se trata de una cinta que todo aficionado al cine italiano en general y a Rossellini en particular debería ver. Controvertida y sorprendente, tal vez en el peor sentido… Y es que siempre hay punto de exageración al valorar todos los movimientos cinematográficos, pero tal vez el neorrealismo italiano sea uno de los menos sobrevalorados.
Rossellini firmó curiosos documentos como L’uomo dalla croce, pero también obras cumbre como Alemania, año cero. Hacía mucho tiempo que no veía esta película y no recordaba la razón o razones de una nota tan alta. Y entonces la volví a ver: “Ah, fue por esto”.
Han pasado casi diez años desde que vi Alemania, año cero por primera vez y el impacto de la fase final de la historia se ha mantenido, o incluso se ha elevado. Porque hasta los quince últimos minutos, la película de Rossellini es buena. Pero el final es el que marca la diferencia.
Rodada en el verano de 1947, el director italiano ya había filmado la posguerra italiana en la inmensa Roma, ciudad abierta. Sabía de lo que hablaba.
La posguerra suele ser menos interesante para los aficionados a la historia. Se acaba la guerra, y se firma la paz. Ya está, cerramos el libro. Pero no. La posguerra puede desquiciar más que la contienda por el efecto psicológico que conlleva. Se ha terminado el horror, pero no se ha terminado. Las bombas han dejado de caer, pero la muerte sigue presente. Celebramos la entrada del ejército de los aliados que nos liberan de la tiranía de un loco. Pero no hay peor euforia que la que sigue al terror y antecede a la depresión. Esa es la posguerra.
Alemania, año cero nos sitúa en el Berlín de 1947, una ciudad en la que cuatro potencias (dos en realidad) toman posiciones para repartirse el territorio y el poder mundial.
Durante varios años, Berlín fue el centro de las tensiones entre dos bloques antagónicos, con tanques apuntándose a ambos lados del Checkpoint Charlie y el mundo conteniendo el aliento. Al final, la construcción del muro fue un terrible drama para los berlineses, pero un ‘mal menor’ para el resto del planeta como llegó a decir Kennedy en petit comité.
Pero de nada de esto es consciente el joven Edmund, que vaga por las ruinas berlinesas buscando cigarrillos, carbón y algo de comer. El bloque central de la película nos dibuja el drama de unas familias hacinadas en los bloques de viviendas que todavía se mantienen habitables, los inevitables choques entre ellas, el estraperlo, el sentimiento de culpa y la confusión de los ex soldados alemanes, los últimos estertores del nazismo y el embrutecimiento de la adolescencia.
Todo ello está muy bien y las escenas en exteriores son magníficas y únicas en la historia del cine, pero lo que realmente eleva la categoría de Alemania, año cero es el vagabundeo final de Edmund, sin palabras, jugando, llorando, creciendo. Y el colapso. Una larga secuencia que es puro cine.
David Rubio