Si eres estadounidense, la llegada del dos de febrero implica pensar directamente en el Día de la Marmota. Por contra, cuando a nosotros se nos menciona tal festividad, lo que nos viene a la mente es Bill Murray sumido en el bucle sin fin de Atrapado en el tiempo.
Phil, el hombre del tiempo de una cadena de televisión, va un año más a Punxstawnwey, a cubrir la información del festival del Día de la Marmota. En el viaje de regreso, Phil y su equipo se ven sorprendidos por una tormenta que los obliga a regresar a la pequeña ciudad. A la mañana siguiente, al despertarse, comprueba atónito que comienza otra vez el Día de la Marmota.
El 25 de junio de 1993 aterrizaba en las salas una de esas joyas que, por su género, carecen del respeto que merecen. El inolvidable Harold Ramis firmaba un trabajo brillante, audaz y arrollador. Con tintes de comedia, Atrapado en el tiempo empezaba a crear una legión de fans que no haría más que crecer con el paso de los años. La constante sonrisa con la que observamos las andaduras de Bill Murray muta, en muchas ocasiones, en absoluta admiración ante la cantidad de emociones abordadas y situaciones construidas.
Nos cuesta imaginar un guión más perfecto que el de Atrapado en el tiempo. De hecho, nos cuesta encontrar algo mejorable en una cinta capaz de revalorizarse con cada nuevo visionado. Lo de que Bill Murray mola millones, es algo que sabíamos desde hace décadas. Lo que pasa es que la compañía de Andie MacDowell eleva a la enésima potencia el talento de un actor que debería ser idolatrado por la industria.
Dicho todo esto, la cosa se podría resumir en que no se puede ser más encantadora que Atrapado en el tiempo. Clase magistral de que la comedia es un género tan importante como cualquier otro, la película de Harold Ramis sigue siendo una de esas maravillas incomparables en la historia del cine.
Un pequeño detalle sin importancia, 2 de febrero no de mayo.
Me gusta. Me encanta este tipo de humor.