Con este plano de Antonio Banderas mirando hacia el interior de la cueva que sería el mayor de los descubrimientos sobre el arte paleolítico de todo el mundo, empezamos la crítica de la película “Altamira”. Me da la impresión, que puedo estar equivocado, de que no ha sido acogida con mucho entusiasmo y se le ha dado poco bombo. Recuerdo que en una ocasión, en el cine, pasaron el tráiler y el público asistente no se mostró entusiasmado. ¿Es acaso cierto aquello de que nadie es profeta en su tierra? ¿Es verdad que los españoles tenemos la insufrible manía de despreciar todo lo bueno que sale de nosotros (excepto el deporte)? No sé las respuestas. Solo sé que “Altamira” ya está en DVD y se puede ver en casa. Y eso hice yo.
Crítica de “Altamira”, última película de Hugh Hudson
Antes que nada, yo me voy a centrar en la película. Ya sé que detrás de la producción hay una intención sociopolítica, digamos, y que la historia de Marcelino Sanz está relacionada con Emilio Botín, el cual, de hecho, es su bisnieto. Pero no creo que sea de interés diseccionar algo ajeno al producto final, que es el que consumen los espectadores y la gran mayoría (puedo dar fe de ello) desconoce esta relación. Si por un casual te interesa saber más, puedes echarle un vistazo a este artículo de Vanitatis.
La historia es maravillosa y el descubrimiento creo que por sí solo puede conmover los corazones de piedra, incluso aquellos en los que no hay nada pintados. La historia dice que un pastor alertó a Marcelino del descubrimiento de una cueva y que su hija, valiente y curiosa, se adentró para descubrir pinturas rupestres más antiguas que las de Francia. Marcelino es un antropólogo aficionado, sin más, y ese descubrimiento le hace entrar en conflicto la religión… y la propia ciencia del momento porque es acusado de fraude, de haber falsificado el hallazgo y, claro, un descrédito de ese calibre por los eruditos de Francia tiene que bajar las ansias antropológicas a cualquiera.
No sé si la historia real fue así, si verdaderamente Maria Sanz fue la primera en ver los bueyes tras miles y miles de años ocultos, pero no estoy para analizar la veracidad de los hechos, sino su puesta en escena, el planteamiento. Y es que la premisa es muy interesante. Para mí los enfrentamientos entre ciencia y religión siempre resultan estimulantes y aunque parece un argumento aburrido para llevar al cine (no hay acción, no hay sangre, no hay investigación policial ni rubias cañón), creo que son necesarios. Tenemos que fomentar el pensamiento crítico y no permitir que tiempos oscuros nos impidan seguir buscando. Como dice Marcelino en algún momento de la película, saber cómo se ejecuta una pieza de música y conocer las notas que las compone no le resta majestuosidad al resultado.
Altamira con paleta pálida de colores
Sin embargo, siento no poder ser tan amable con la película de “Altamira”. Para mí no ha estado a la altura de lo que se pide. El conflicto es apenas una batalla entre escolares y no hay ninguna cuestión que ponga la sustancia gris a trabajar debidamente. Uno asiste a las tribulaciones de Marcelino con la sensación de que la rudeza y fiereza se ha quedado en la manada de bisontes de las paredes de la cueva. El guión se ha recortado, se ha moderado y se ha quedado en una zona de confort ya tan manida que no nos produce ninguna comodidad, sino hastío. ¡Qué lástima! Rupert Everett como eclesiástico no se deja disfrutar, tiene poca fuerza.
¿Cosas buenas de la película? El doblaje no, eso desde luego. No voy a quejarme de que se haya abordado en otro idioma ajeno al español, porque al menos es una historia que se ha abordado, pero la producción del sonido podría haber estado más cuidada. El personaje infantil a veces chirría un poco. No es culpa de la joven actriz, ni mucho menos, sino de sus líneas artificiales.
Ahora bien, la fotografía es espectacular y tan solo se trata de mostrar el paraje natural de la zona, sin efectos especiales. El argumento merece la pena y nada más por eso ya es recomendable verla. Es un acercamiento algo fallido, pero por lo menos se asiste a un pedazo de historia patria y se disfruta, aunque no llegue a resultar emocionante.
Detalle extra sobre la película “Altamira”
Llegados hasta aquí, no podemos terminar el artículo sin mencionar que la banda sonora de este homenaje a la cuna artística de la humanidad está compuesta por nada más y nada menos que Mark Knopfler (y Evelyn Glennie). Por un lado, esto tiene mucho valor por sí mismo y es todo un honor, al menos en mi opinión, pero, por otro, tengo que admitir que como espectador no he sabido apreciar la fusión de la música con la historia porque en ciertos momentos los sonidos me chirriaban o me sonaban muy impostados. No sé si se debe a algún problema con el audio en general.