Nota: 9,5
Cuando destilamos un siglo de cine y metemos el resultado en una botella ocurren cosas como La La Land. Quienes nos alimentamos de momentos de magia, sabemos que esta puede presentarse de mil formas distintas. Ya sea a base de violencia, grandiosidad, besos o simples miradas, el séptimo arte es capaz de provocarnos un escalofrío en la espalda de cuando en cuando. Algo que, extraño para los últimos tiempos, esta vez se ha generado en forma de notas musicales.
La La Land no es una copia del cine de los años dorados musicales. Su éxito no radica en apelar a nuestra nostalgia o a constantes homenajes a sus raíces. Lo que hace que la cinta de Damien Chazelle sea una de las mejores de los últimos años es su genuina puesta en escena y la riqueza de ese tema atemporal llamado “amor”. El qué y el cómo resultan magníficos. Ya ocurría con esa master piece llamada Whiplash. Hay rabia, encanto y melancolía de un futuro que no existe y que deseamos con todas nuestras fuerzas.
Si el mundo tiene un escenario ideal para mezclar éxito y fracaso ese es la ciudad de Los Ángeles. Allí, los sueños de los menos se hacen realidad mientras que los de la mayoría se estrellan contra el suelo. No se podría imaginar un mejor contexto para que Emma Stone y Ryan Gosling desplegasen todo su talento y esa química a la que tan acostumbrados nos tienen. Una película con tan arrollador encanto no podría tener mejores exponentes. Sus miradas son el espíritu de La La Land.
El camino hacia la felicidad no es sencillo. Las bifurcaciones que se plantean en la ruta suelen llevarnos a destinos insospechados. Casi podríamos decir que el efecto mariposa se muestra de una forma traviesa, convirtiendo cada pequeña decisión en trascendental a la postre. Así transcurre una película de energía arrebatadora que termina por alterar su trama en el batir de las alas de una mariposa y que nos lleva a un final de hermosura desmedida.
Como si del Café Society de Woody Allen se tratase, La La Land son sueños. El envoltorio es bien distinto, pero la comparación viene al caso. Tanto el veterano director, como el joven Chazelle saben de lo que hablan, cada uno a su manera. Por gente como ellos hemos de estar agradecidos de vivir en este tiempo. Si ademas nos dejan tarareando melodías durante semanas, poco más se puede pedir.
Héctor Fernández Cachón