Nota: 7
La nostalgia es una auténtica enfermedad capaz de devastar al más pintado. Quien más y quien menos sufre de mirar atás y quedarse prendado por un tiempo recordado con inocencia y sin atisbo de severidad. Pero tampoco cabe despreciar unos efectos secundarios causados en sus primeros estadios, ya que es hermoso cuando una sensación invade todo el cuerpo y cristaliza en una tenue sonrisa. Por ahí es por donde camina La Bella y la Bestia, la cinta de imagen real que Disney acaba de lanzar para deleite de varias generaciones,
Nunca fue más cierto eso de “se oye una canción, que hace suspirar”. Las primeras palabras del emblemático tema de la cinta original de la compañía del ratón bien podrían resumir el sentir de los espectadores. Lo que pasa es que no es sólo una canción, sino varias canciones e incontables situaciones. Bill Condon es capaz de encontrar no pocas veces esa tecla de la magia con la que Disney nos enamoró siempre. Instantes que nos hacen estremecer a base de los recuerdos de una de las mejores películas de la historia, facturada allá por 1991.
Algo tiene de adecuación a la actualidad esta nueva versión de La Bella y la Bestia. Más allá de ese mensaje de belleza interior mantenido en su origen (dejemos a un lado interpretaciones más sórdidas), la Bella de Emma Watson es capaz de reconducirlo todo a una suerte de feminismo bastante interesante. La actriz es lo mejor del filme desde que la vemos rechazar a un Gastón recién salido del Mujeres, Hombres y viceversa medieval. Dicho eso, el villano y toda la plantilla de personajes humanos están francamente bien.
¿Cuál es es gran problema de La Bella y la Bestia? Pues, probablemente, la que también es su mayor virtud. La cinta funciona mejor cuanto más cerca está del filme original. La mayoría de los novedosos pasos fracasan, lo que resulta más que sorprendente. Se añora cierta renovación, pero cada vez que algo se sale del terreno conocido deseamos un regreso inmediato a la senda marcada por el filme original. ¿Por qué sucede eso? Algunos pensaran que se debe a que entramos en la sala con la única intención de volver a sentir lo mismo que en 1991. El aquí firmante es más de la opinión de que lo que ya es perfecto no se puede mejorar.
Héctor Fernández Cachón