Sonaba aquella canción de George Gershwin… ¿Cómo se llamaba? Sí, ya saben. Aquella que suena como si a Nueva York le quitasen el ruido de la gente, de los coches y todas esas cosas… ¡Ah!¡Ya recuerdo! “Rhapsody in Blue”. Eso es. Todavía recuerdo la noche en la que la conocí. Entonces yo era un adolescente portador de un cóctel de emociones bastante importante. Mil miedos me asaltaban, amaba y odiaba a la vez o pasaba de la tristeza al odio en cuestión de segundos. De ninguna manera podía espera que los regios pasos de una reina pudiesen cautivarme tan profundamente. Se hacía llamar Elizabeth, pero su verdadero nombre era Cate. Aquel día pensé que podría enamorarme de una mujer así. De hecho lo hice.
Dos décadas son las que el aquí firmante lleva prendado de Cate Blanchett. Ella puede ser frágil, regia, seductora, elegante, cruel… Mejor dicho, ella es todas esas cosas. El talento de la actriz australiana va más allá de lo sublime. Cuando se deja caer por la gran pantalla, sabes que estas viendo a una de esas intérpretes que trascienden al tiempo. Todos los personajes le quedan bien, porque ella sabe encontrar a las personas que se ocultan tras ellos y dotarlos de vida. Todo ello con el sobrio carisma con el que se bendice a unos pocos. Como ocurría con Paul Newman, su mera presencia hace especial lo vulgar. No es necesario que hagan ruido, pues todos nos giramos a mirar cuando entran.
Todo esto me recuerda a aquella noche en la que conocí a esa mujer de mirada cautivadora y elegantes andares. Sonaba aquella canción de George Gershwin. “Rhapsody in Blue” se llamaba… ¿O era “Blue Moon”?