Enemigos por instinto, amigos por necesidad, un humano y un alienígena con aspecto de reptil libran en un planeta hostil una dura batalla, parte de la salvaje guerra que enfrenta a la tierra con el planeta Dracon, habitado por seres monstruosos. Esta guerra alcanza una dimensión que puede poner en peligro la supervivencia de ambos planetas y puede conducir al exterminio total, pero sólo forzados a confiar el uno en el otro conseguirán sobrevivir.
A día de hoy, muchas son las películas de esa magnífica década de los 80 que recordamos con descomunal cariño. Regreso al futuro, Cazafantasmas, Los Goonies… Muchas son las películas abanderadas de aquellos días en los que encanto y diversión lograron unirse como nunca antes. Pero hay ciertas maravillas que no se encuentran en esa lista de obras icónicas de la década cuando contaban todos los ingredientes para ello. Si no, que le pregunten a Enemigo mío.
Este caso es un auténtico “expediente X”. Resulta incomprensible que la cinta de Wolfgang Petersen (así es, amigos. El director de La Historia Interminable) no sea hoy un clásico de la década. De no ser por gente que la va recomendando por callejones oscuros, esta historia interestelar con Dennis Quaid y un “lagartaco” alienígena se habría perdido como lágrimas en la lluvia.
Ambos protagonistas son enemigos por instinto y libran su particular lucha en un planeta hostil. Sus correspondientes planetas (la Tierra y Dracon) mantienen una feroz guerra, pero todo cambiará cuando los dos se den cuenta de que ese absurdo conflicto puede acabar con ambas civilizaciones y con ellos mismos al verse aislados en medio de un extraño planeta. Magnífica historia de ciencia ficción y amistad con el sello inconfundible de la década. Ya estáis tardando en verla.