Así se entra en el corazón de la gente. Así se llega al lugar desde el que se gestionan las vidas de cada una de las personas anónimas con las que nos cruzamos cada día, las de las personas a las que queremos y nuestras propias vidas. Corazones con partes oscuras. Con partes blandas y duras. Nostálgicos y tristes. Pero en todos hay un pequeño hueco. Un compartimento en el que se puede entrar, pero nunca salir. Ahí es donde se guarda el amor. A veces se abandona por deseo propio como Clementine hace. Otras se olvida que se ha dejado ahí aparcado. En ninguno de los dos casos desaparece. Joel y Clementine saben de lo que estamos hablando. Siempre habrá un escalofrío que venga a recordárnoslo. Con la amargura propia de este mundo implacable, ambos acaban entendiendo que el afán de querer olvidar es el mayor ímpetu para recordar. Todos tienen que aprender alguna vez.
“Olvidate de mí” es una película para no olvidar nunca. Todo cala hasta los huesos. Al legendario guión y a su impecable dirección se les une la fotografía de Ellen Kuras para terminar de quitarnos el aliento. Lo de sus dos protagonistas trasciende lo humano y lo divino, secundados por unos Tom Wilkinson, Kirsten Dunst, Mark Ruffalo y Elijah Wood en estado de gracia. La Clementine de Kate Winslet y el Joel de Jim Carrey son dos personajes absolutamente opuestos. La risueña, bipolar y curiosa Clementine contrasta con el taciturno y gris Joel. Dos personas tan diametralmente opuestas están condenadas a fracasar en su relación, solo que ambos necesitan querer y ser queridos. Buscan una felicidad que, curiosamente solo pueden encontrar el uno en el otro. Conocen sus mutuos defectos y no son ajenos al hecho de que lo que les separa es más de lo que les une. Pero renunciar a un momento de felicidad, por pequeño que sea es demasiada insensatez. ¿Volvería a vivirlo sabiendo que todo terminará en naufragio? ¿Haría lo mismo si regresase a aquel día? No es que quieran, es que necesitan su amor como el brillo del sol.
El cine es un lugar caótico y confuso donde, de forma inesperada, decenas de personas llegan a un mismo punto de concentración en el mismo intervalo de tiempo. De ahí salen las grandes obras que se quedan grabadas a fuego en la historia del séptimo arte. Eso fue lo que ocurrió cuando el director Michael Gondry y el guionista Charlie Kaufman se encontraron en aquel 2004. Ambos habían dado sobradas muestras del talento que atesoraban hasta el momento, pero alcanzarían la excelencia en la unión de sus fuerzas. Si agitas una botella de Coca-Cola, al abrirla el líquido se desbordará. Si les echas una cajita de mentos, la cosa se convierte en espectáculo. Gondry y Kauffman son mentos con Coca-Cola. Una cresta de creatividad de las que se ven una vez cada mucho tiempo lograda, como no podía ser de otra forma al margen de grandes estudios y presupuestos gigantescos. Si la máquina para borrar los recuerdos (alrededor de la cual gira la obra) se hubiese empleado en otra película, los lugares comunes habrían aparecido por todas partes. Aquí no van a encontrar ninguna de las convenciones del género. Se trata de una cinta indudablemente romántica, pero implacablemente amarga. Acérquense a la película y abrácenla. El cine no es solo “Hollywood”. Cambien su corazón y miren a su alrededor.
Joel (Jim Carrey) no está pasando un buen momento. Su relación con Clementine (Kate Winslet) ha terminado, pero lo que realmente ha sido un duro golpe es descubrir que la chica ha contratado los servicios de una empresa especialista en borrar recuerdos, para que elimine todos los de su relación. Destrozado, Joel acude a la misma empresa para que borren también todos sus recuerdos de Clementine, pero durante el proceso, absolutamente sedado, cae en la cuenta de que no quiere perder los momentos hermosos que vivió con la chica. Repara en que la quería en todos esos instantes y su cerebro deberá luchar mientras desde el exterior van eliminado cada uno de los recuerdos. Con este punto de partida, Michael Gondry pone en escena una situación absolutamente inverosímil, pero que transforma en una dolorosa metáf0ra de la realidad. A pesar de la distancia que aparentemente marca con el espectador lo fantástico de la propuesta, la angustia de Joel intentado no olvidar a su amada Clementine se clava en nosotros como un puñal. Créanme. Cambien su corazón. Se asombrarán.
La pequeña joya del cine al que le dedicaremos nuestro tiempo esta semana, no es una película muy convencional. Para ser fieles a la verdad, el término “convencional” resulta absolutamente opuesto a lo que Michael Gondry nos ofrece en “Olvídate de mí”. Con una apariencia de dulce fantasía, la cinta indaga en lo más profundo del mundo de los sentimientos humanos. El terreno de los sueños y el subconsciente se presenta como la coartada ideal para bucear por el complejo mundo del amor, con la habilidad y la honestidad propias de quien sabe lo que es amar a una persona y, sobre todo sabe lo que es amar al cine. Habrá quien se espante por la temática o la estructura ligeramente compleja de la cinta, pero no cometan el error de no disfrutar de esta maravilla. Es cierto que ese aparente desorden puede resultarles confuso, pero todo camino tiene un motivo. ¿Acaso no está desordenado este artículo del mismo modo en que lo está “Olvídate de mí”? Efectivamente, pero con un sentido. De la misma manera en que los cambios del color de pelo de Clementine o las abolladuras del coche de Joel nos ayudan a establecer un orden y una lógica, en este texto podríamos utilizar la triste canción “Everybody´s gotta learn sometimes” versionada por Beck para la banda sonora de la cinta. ¿Por qué no?
Héctor Fernández Cachón
Una de mis películas favoritas, aunque personalmente no conozco a nadie a quien también le haya gustado