A través de una máquina del tiempo, los agentes terrícolas Valerian y Laureline están explorando Syrte, el principal planeta de un sistema de 1000 mundos. Su misión es descubrir si en el futuro los Syrtians representan un peligro para la Tierra. Lo que encuentran es un imperio en ruinas liderado por un grupo de aristócratas decadentes, la población lista para la revolución, y una misteriosa casta de sabios enmascarados que discretamente mueve los hilos de unas fortalezas ocultas. Agitados por los vientos de la historia, los agentes de la Tierra deberán elegir de qué lado están.
Esa es la historia en la que Luc Besson se ha gastado casi 200 millones de dólares. El director francés tomaba el cómic de Valerian y la ciudad de los mil planetas como epicentro de su proyecto más ambicioso. La apuesta era arriesgado, lo cual no pasaba desapercibido para nadie. Solo el tirón de Besson y un resultado creativo magnífico podían hacer de Valerian un éxito, lo que ha quedado muy lejos de producirse.
Con la crítica dividida, el aterrizaje de Valerian en la taquilla americana era desastroso. Lo mismo ocurría en los países donde veía la luz, como Alemania. Cuando te gastas 200 millones (más otros 100 en publicidad y distribución) necesitas arrasar mercados, Un debut con 17 millones en Estados Unidos o 3 en Alemania no es suficiente. A día de hoy, los cálculos apuntan a que el filme podría quedarse en menos de 120 millones de recaudación total, lo que supondría unas pérdidas por encima de los 200 millones, convirtiendo a Valerian en el gran fracaso del año, pero también en el mayor de la historia del cine. Solo el imprevisible mercado chino puede salvarla del desastre absoluto.