Un día, alguien decidió que el futuro iba a llevar el rostro de Taylor Kitsch. Corría el año 2009 y el joven actor mostraba un buen puñado de cualidades perfectas para convertirse en una de las estrellas de cine más brillantes de cara a años venideros. Todo el mundo apostaba por un chico al que, desgraciadamente, no le salió ni una a derechas.
Sería injusto hablar de una mala selección de papeles o de un fallo en el enfoque de carrera. Cualquier joven intérprete habría aceptado los increíbles papeles que se le iban ofreciendo. En primer lugar, la opción de ser Gambito el la primera cinta en solitario de Lobezno prometía resultar la ocasión ideal para hacerse un hueco entre los mutantes de cara al futuro. Nadie podía imaginar que el filme fuese a resultar lo peor que han dado en el cine los X-Men. La primera en la frente.
Así llegaba el que tenía que ser su gran año. Después de su trabajo como Gambito, Taylor Kitsch se subía a tres grandes proyectos que tenían que estrenarse en 2012: Battleship, Salvajes y John Carter. La cinta Oliver Stone no resultaba ninguna maravilla, pero era lo más salvable entre dos superproducciones desastrosas. En ambas, Kitsch asumía el rol protagonista. Grandes inversiones, grandes repartos, bestial publicidad… Nada funcionaba. Si Battleship se comía una leche importante, John Carter lograba convertirse en el mayor fracaso económico de la historia del cine.
Las cosas estaban feas. El bueno de Taylor Kitsch decidía cambiar el chip, sumándose a proyectos más pequeños, pero de calidad, El único superviviente o The Normal Heart eran buena prueba de ello. Así, la opción de protagonizar la segunda temporada del fenómeno televisivo de True Detective parecía ser lo que estaba esperando. ¿El resultado? Otro caos y un futuro que, a día de hoy, no pinta demasiado bien.