No se ha hablado lo suficiente de esta maravilla. Como suele ocurrir en casos como este, la tendencia es la de vender el producto como una película de terror común y corriente. Con ello se intenta atraer a las salas a los fieles del género, pero puede que, por ese detalle, muchos espectadores no le hayan concedido la oportunidad debida a la auténtica obra maestra que es Déjame Salir.
Un joven afroamericano visita a la familia de su novia blanca, un matrimonio adinerado. Para Chris (Daniel Kaluuya) y su novia Rose (Allison Williams) ha llegado el momento de conocer a los futuros suegros, por lo que ella le invita a pasar un fin de semana en el campo con sus padres, Missy (Catherine Keener) y Dean (Bradley Whitford). Al principio, Chris piensa que el comportamiento “demasiado” complaciente de los padres se debe a su nerviosismo por la relación interracial de su hija, pero a medida que pasan las horas, una serie de descubrimientos cada vez más inquietantes le llevan a descubrir una verdad inimaginable.
Con un presupuesto de 4,5 millones de dólares, la película de Jordan Peele lograba amasar unos asombrosos 253 millones. El dato no podría ser más lógico, ya que hablamos de una cinta de esas que son capaces de cortar la respiración al mismo tiempo que pasean por el sutil mundo de la metáfora. Ahora, meses después de su estreno, la temporada de premios ha empezado a poner de manifiesto que Déjame Salir es una de las producciones más potentes del año. Su candidatura al Oscar está más que cerca, colándose en todas las quinielas. ¿Sorpresa o lógica?