Argumento: Tony Montana (Al Pacino) es un refugiado cubano que acaba de llegar a suelo estadounidense. Un nuevo mundo de posibilidades se abre ante sus ojos y Montana no está dispuesto a dejarlo pasar. Junto a su amigo Manny Ray (Steven Bauer), decide que la mejor forma para llegar a la cumbre y alcanzar el éxito es olvidar cualquier género de escrúpulo, iniciando una espiral de violencia sin límites.
El negocio de la droga es el camino elegido para salir del gueto de la inmigración. Montana y Ray se abren paso hasta la cima del imperio de la cocaína sirviéndose del delito y el asesinato, manchándose las manos de sangre un día tras otro y haciendo gala de una crueldad incomparable. Pero en el negocio de la droga es más difícil mantener el imperio que crearlo, y Tony Montana ha hecho demasiados enemigos en los últimos años que solo quieren verlo muerto.
¿Por qué tengo que verla?: Brian De Palma, como muchos de sus compañeros de generación es un director con magnífico pulso para retratar el mundo del hampa. A medio camino entre los gánsters con clase de Coppola y los gánsters reales de Scorsese, el director de Nueva Jersey se acerca esta vez a la vertiente más cruda y realista del crimer organizado (al contrario que en “Los Intocables de Eliot Ness”) para narrar una historia salvajemente violenta con un estilo tan feroz e intenso que convierten a la obra en una de las cumbres del género.
Durante casi tres horas asistimos al progresivo proceso de deshumanización de un Tony Montana que acaba por ser un auténtico monstruo. Ni la amistad, ni el amor (magnífico personaje el de Michelle Pfeiffer) pueden aplacar a un individuo desatado que, no obstante conserva nuestra simpatía en todo momento. De eso tienen buena culpa las buenas artes de ese maestro de la sordidez llamado Brian De Palma y ese megalómano que firma el guión y que responde al nombre de Oliver Stone. Pero, por encima de todo, si algo brilla en este sucio retrato del poder eso es la figura del grandísimo Al Pacino. El cine no sería lo mismo si él no hubiese existido. Aquí se marca una de esas interpretaciones que cortan la respiración. Terrible e impecable.
La secuencia: Plagada de momentos tan sobrecogedores como memorables, “El precio del poder” nos deja más de una docena de secuencias imprescindibles. En todo caso nosotros nos quedamos con el final de la cinta, con un Tony Montana absolutamente perdido en su delirio de poder, enfrentándose a decenas de sicarios, pero sin ninguna clase de temor a la muerte ni al dolor. La locura personalizada. Ya no se hacen películas así…