Más de dos décadas han pasado desde la primera vez que lo vimos, pero el final de Seven todavía sigue golpeándonos como una maza. Allá por el año 1995, el sensacional David Fincher reunía a Brad Pitt, Morgan Freeman, Kevin Spacey y Gwyneth Paltrow en una cinta que pasaría a la historia del cine. No contento con filmar un brillante thriller, el director se sacaba de la manga uno de los finales más inolvidables de la industria. La caja, la cabeza, el disparo… En fin. Todos sabemos ya lo que ocurre en el descampado.
Hoy, todos consideramos a Seven como un thriller policiaco incomparable y como una de las mejores películas de la historia del cine. Nadie se atreve a discutir las mil virtudes de un filme que noquea. Seven es la tabla derecha de “El jardín de las delicias“. De hecho, es un paulatino tránsito de izquierda a derecha. Solo Somerset se encuentra siempre en el centro, mirando a ambos lados. Mills (Brad Pitt) no es capaz de entender que la escala cromática solo contiene grises. Más claros o más oscuros, pero grises. Esa es la razón de que todo sea mucho más complicado para él. Es la víctima perfecta para ese John Doe (peculiar Juan Nadie) con la perversa mirada de Kevin Spacey. No es Doe un tipo aficionado a los espectáculos pirotécnicos. El mal es algo íntimo. Sus ínfulas de redentor no van más allá de una grave perturbación de la conducta social o, lo que es lo mismo, de su psicopatía.
Cualquier cosa que digamos se antoja insuficiente para honrar semejante maravilla. Sin embargo, la película era recibida por la crítica de forma tibia tras su estreno. “Película policiaca del montón” o el ya célebre “Parece la mezcla entre un anuncio de Nike y una mala película artística polaca”, lanzado por Newsweek, eran algunas de las frases dedicadas a la película que podían leerse. Vaya tela.