Hace escasamente un mes, llegaba a las pantallas españolas la última cinta del director austriaco Michael Haneke. La cinta llegaba precedida de las alabanzas de la crítica de todos y cada uno de los países donde se había estrenado con anterioridad. Del mismo modo, “Amour” contaba con el aval de los premios más importantes del circuito europeo (Palma de Oro en Cannes y European Film Award), así como varios galardones de la crítica estadounidense. Todo resultaba demasiado raro, ya que no es habitual que una cinta tan “europea” logre semejante reconocimiento internacional. Todo ello resultaba extraño y solo podía tener una explicación: Haneke se había ablandado. Pues nada más lejos de la realidad.
La experiencia cinematográfica que propone el director austriaco es, si cabe más turbadora que el resto de sus obras. Haneke conoce muy bien el mundo en el que vive, lo coge en sus manos y lo manipula de manera enfermiza para extraer su esencia más profunda, del mismo modo que lo hacía Jean-Baptiste Grenouille en la novela de “El Perfume”. De modo que la duda crece más y más. ¿Cómo puede haber encajado tan bien en Estados Unidos? “Amour” es una maza de esa cruel realidad, que tan mal suelen encajar por esos lares. Los que creían que el director de “Funny Games” o “La cinta blanca” había sucumbido finalmente a las convenciones sociales y que al fin abría una rendija en su apariencia de hierro para dejarnos ver al entrañable “abuelito” que es, no podían estar más equivocados. Sí es cierto que nos ofrece esa rendija para que observemos, si bien lo que encontramos es oscuridad y sombras.
En este contexto, llegan las nominaciones a los Oscar y el realizador austriaco se hace con cinco candidaturas, incluida mejor película, director y guión original. La confusión ya alcanza cotas indescriptibles. Es entonces cuando llega el momento de epifanía. La verdad se revela ante nuestros ojos de forma clara: Michael Haneke no ha cambiado, pero por primera vez el público americano se ha sentado ha ver una película suya y han descubierto que hay cine más allá del Atlántico… ¡Y encima ese cine es magnífico!