El joven y encantador Trelkovsky, que vive en un apartamento de París que tiene un sombrío pasado… la anterior inquilina, una mujer joven, se tiró por el balcón. Sus pertenencias siguen allí… cosas que alimentan la obsesión de Trelkovsky por la mujer. ¿O tal vez le están llevando a la locura?
Estamos ante un filme apaleado injustamente por la crítica desde el momento exacto de su lanzamiento. Pese a que nadie en su sano juicio podría atreverse a cuestionar el excelso talento de Roman Polanski, resulta bastante curioso el hecho de que una de sus grandes obras fuese foco de la ira de la prensa especializada y del gran público allá por 1976. Se ve que nadie tuvo la amplitud de miras suficiente como para darse cuenta de que acababa de nacer una obra cumple del género con El quimérico inquilino.
Los fantasmas de la mente acaparan el argumento de un filme que supone un oscuro viaje a la paranoia. Y es que, tras un arranque en el que juega al despiste, el bueno de Polanski nos va sumergiendo en una espiral de dolor mental que perturba la noción de la realidad hasta demostrarnos que el auténtico terror radica en lo que nuestra mente decida. Glorioso viaje este de El quimérico inquilino, puesto en su merecido lugar con el paso del tiempo.