El plena fiebre del reboot, remake, secuela y similares, George Miller recuperaba la saga que le encumbró hace más de tres décadas, recuperando a Max Rockatansky para la causa. La empresa no era fácil, sobre todo si tenemos en cuenta las legiones de fans puristas y romáticos corruptos que idolatraban las cintas originales, pero no conviene andarse con muchos rodeos: Queridos amigos, Mad Max: Furia en la carretera es, con mucha diferencia, la mejor entrega de la franquicia. Pero no solo eso, sino también una de las mejores películas de acción de la historia del cine.
Todo es grande, todo es electrizante, todo son llamas, fuego, golpes y adrenalina. Es fácil imaginar que después de dos horas de continua persecución, uno se encuentra moderadamente aturdido y con los sentidos empachados. Nada más lejos de la realidad. La única sensación que embriaga es la de saber que se acaba de presenciar un espectáculo pirotécnico y humano de épicas proporciones.
Imaginate a Zack Snyder y a Michael Bay en plena infancia. Pongamos que les dejamos un puñado de Micho Machines y un soplete. Pues si rodásemos sus interacciones, nos saldría una versión casera de Mad Max: Furia en la carretera. De hecho, no contento con haber filmado una de las mejores películas de acción de las últimas décadas, George Miller está tan sobrado que incluso logra dotarlo todo de un delirante humor y una atractiva humanidad. Buena parte de la culpa de esto último corresponde a un Tom Hardy que hace que olvidemos al clásico Max del viejo Mel, pero por encima de todo, una Charlize Theron cuyo talento para bordar cualquier perfil de personaje empieza a resultar obsceno.
Siempre es una alegría saber que, en estos tiempos de ruido sin sentido, todavía pueden hacerse grandes películas de acción.