Dentro de la vieja costumbre existente en Hollywood de rodar sus propias versiones de exitosas cintas extranjeras, en esta ocasión nos encontramos con el caso contrario. Por extraño que parezca, alguien se atrevía a versionar uno de los grandes clásicos del cine americano. Nos referimos, nada más y nada menos que al grandísimo western Sin Perdón dirigido y protagonizado por el mismísimo Clint Eastwood. Si un género está marcado en el ADN de los cineastas americanos ese es el western y Sin perdón es, sin lugar a dudas uno de sus más importantes exponentes (por no decir el principal).
Pues bien, allá por el año 2013, el director japonés Lee Sang-il tomaba la historia y a los personajes que otorgaron el Oscar a la mejor película y al mejor director a Eastwood en 1992, y los trasladaba a los hermosos parajes de Japón para levantar una cinta en la que los viejos pistoleros se transformaban en samurais. El actor encargado de dar vida al inolvidable William Munny, encarnado por Eastwood no era otro que el brillante intérprete nipón Ken Watanabe (El último samurai, Origen), mientras que el papel que en su día interpretase Morgan Freeman recaía en la espalda del veterano Akira Emoto. Frente a ellos, el sheriff “Little” Bill de Gene Hackman iba a parar al joven Koichi Sato. Todos ellos tenían la difícil tarea de hacer olvidar al magnífico reparto original… o eso pensábamos.
Yurusarezaru mono (así se llama la película en su versión japonesa) es una de esas maravillas que operan con tanto respeto por el material original, que se gana nuestra admiración. La cinta mezcla con lírica y acierto el western con el cine de samuráis (siempre ha existido cierto paralelismo entre ambos mundos) en un filme que, a pesar de no ser comparable a la obra de Clint Eastwood, bien merece nuestra atención. Hermosa y audaz, bien merece que le dediquemos dos horas de nuestras vidas.