No lo vimos venir. Hace ya unas cuantas semanas, a mediados del verano, una comedia aterrizaba en los cines españoles. Bajo el título de El mejor verano de mi vida y con Leo Harlem como protagonista, la cinta no parecía que fuese a ir muy allá, pero la realidad ponía de manifiesto cosas bien distintas.
Curro es un fantasioso vendedor de robots de cocina que sueña con un trabajo en el mundo financiero. En plena crisis de pareja, y con fuertes deudas, hace una promesa que no puede cumplir: si su hijo Nico, de 9 años, saca todo sobresalientes, le llevará a unas vacaciones de verano inolvidables. El niño lo consigue y padre e hijo emprenden un viaje que les llevará a conocer gente y vivir situaciones que jamás hubiesen imaginado.
Puede ser demasiado edulcorada en algunos momentos, quedar lejos de ser una obra maestra de la narrativa o dar algún patinazo en su desarrollo, pero ninguno de esos elementos puede evitar que El mejor verano de mi vida resulte una comedia de encanto desmedido. La cinta regala risas a mansalva y está cargada de una emotividad que llega a los huesos. Para colmo, los más escépticos no pueden por menos que rendirse a un Leo Harlem imperial en esto de la comedia.
Estamos ante un filme, que, sin duda alguna, se ha convertido en la gran sorpresa del verano en las carteleras españolas. Los 7 millones de euros ya quedan atrás para una película cuya andadura por salas ha sido implacable. El mejor verano de mi vida gusta mucho, como no podía ser de otra forma.