Nunca es fácil estar a la altura de una leyenda. Mucho tiempo llevábamos escuchando las intenciones de devolvernos a La noche de Halloween aprovechando el 40 aniversario del estreno de la cinta de John Carpenter. La idea sonaba más que atractiva, especialmente al conocer que la película recuperaría para la causa a Jamie Lee Curtis y que funcionaría como secuela directa de la película original. Sin embargo, el escepticismo era inevitable. Una falta de fe que volaba de un plumazo durante los primeros minutos de proyección de la cinta en el Festival de Sitges.
Puede sonar loco, pero la realidad es que La noche de Halloween está a la altura de la película original. Cierto es que Michael Myers ya no da ni la mitad de miedo que daba, pero eso es lo lógico. Hace 40 años que conocemos a este tipo. Nunca será igual que la primera vez. Sin embargo, este inevitable problema se suple con un sensacional “masaje” a su figura como leyenda y gran icono del cine de terror.
¿Cuál es la gran virtud de La noche de Halloween? Pues que, consciente de que el viejo Mike ya no es lo que era, David Gordon Green decide suplirlo con la construcción de unas cuantas secuencias de suspense desmedido, así con una puesta en escena más que elegante. Por si no fuese suficiente, la presentación de la cinta como un duelo entre Michael Myers y Laurie Strode (Jamie Lee Curtis), dos personajes cuyas vidas quedaban eternamente marcadas desde el primer encuentro, termina dándole un clima especial a esta auténtica maravilla del terror moderno. Gloriosa cinta.