Ya es demasiado. El público español al fin ha empezado a encontrarse con series a la altura. En estos últimos tiempos, el impresionante salto de calidad televisivo que se estaba produciendo en medio mundo llegaba a nuestras fronteras. El listón se ha subido, por lo que resulta del todo incomprensible que se puedan seguir facturando ficciones tan horripilantes como Secretos de Estado.
Líder carismático, político ambicioso y padre y esposo ejemplar: así es Alberto Guzmán, el jefe del Gobierno español, figura clave de la política nacional actual. Sin embargo, una inesperada tentativa de magnicidio pondrá al descubierto las fisuras de su entorno más cercano.
Resulta inaceptable. Cierto es que el primer capítulo ya apuntaba a que la cosa iba a patinar, pro no alcanzábamos a imaginar que el desastre pudiese resultar de tales proporciones. No hay absolutamente nada en Secretos de estado que ofrezca una mínima sensación de realismo. Parece que si un personaje se apoya en la pared de esa falso Palacio de la Moncloa todo se ira al suelo. Para colmo, el sensacional reparto es desperdiciado con una historia casi ridícula y el acabado estético vuelve a ser cutre a niveles que creíamos ya superados. Nada se percibe con un mínimo de interés en un descuidado trabajo que, a bien ser, terminará su vida televisiva con una primera temporada terrible. De lo peor que hemos visto en mucho tiempo.