Se acabó. Juego de Tronos ya es historia de la televisión. La magnífica ficción se despedía después de una octava temporada realmente polémica. Incontables fans quedaban realmente descontentos con el enfoque de unos episodios que, sin duda, no han estado a la altura de tan gloriosa serie. Problemas narrativos, apuestas más que discutibles, situaciones cuestionables, falta de rigor en muchos aspectos… Mil cosas podemos reprocharle a la serie, pero no sería justo del todo.
Cierto es que desde que empezase a alejarse de los libros (sexta temporada), la serie no ha lucido tan esplendorosa como todos desearíamos. Juego de Tronos siempre fue una historia de gente urdiendo cosas y conspiraciones palaciegas con el poder como telón de fondo. Eso ya se había perdido hace mucho. La serie se había convertido en Guerra de Tronos. En cualquier caso, el viaje al que nos ha invitado la ficción de la HBO ha sido de esos que no se olvidan. Una auténtica maravilla en la que lo importante no era el lugar de destino, sino las paradas y las vistas del camino.
Así las cosas, puede que los últimos capítulos no hayan sido la leche, pero el espectáculo ha resultado glorioso. No podemos menos que mostrar nuestra eterna gratitud a una serie que nos ha dado muchísimo más de lo que podíamos imaginar. Juego de Tronos ha sido una maravilla que nos ha dado incontables horas de diversión, pero también de conversaciones con amigos, teorizando sobre lo que podría ocurrir. Eso no está pagado. La adaptación de las novelas de George R.R. Martin ha roto la pantalla, adquiriendo dimensiones de fenómeno social. Una obra maestra de nuestro tiempo ante la que conviene clavar la rodilla en el suelo y jurar lealtad eterna. Y si el final te quema un poco, tampoco es cuestión de lanzarle una puñalada vil. Solo el tiempo dirá si fue tan grande como sentimos ahora.