Era el colofón final. Después de arrasar a lo loco con sus dos primeras entregas, la tercera trilogía intergaláctica prometía emociones fuertes. Muchos temas que cerrar en un filme para el que volvía el genial J.J. Abrams y que tenía nuestras expectativas disparadas. Poco podíamos imaginar el desastre que se nos venía encima.
Es uno de los peores episodios de la saga, por no decir el más flojo. El enfoque de la cinta dista mucho de ser desastroso. Está cargado de grandes ideas de hecho. Sin embargo, ocurren demasiadas cosas y a una velocidad inasumible para el espectador. Ningún pasaje de la cinta goza de la suficiente pausa como para llegar a emocionar o cortar la respiración. Todo es atropellado. Una lástima pensar lo que podría haber sido la película de haberse gestionado el tempo de una forma más adecuada.
Sea como fuere, lo que está claro es que hay un elemento que sí roza el desastre: la extraña relación entre Rey (Daisy Ridley) y Kylo Ren (Adam Driver). El trabajo de ambos intérpretes es sensacional, pero ahí acaban las buenas noticias. El abuso de sus “duelos” es constante y la resolución sonrojaría a la mismísima Hello Kitty. La muerte ya no es lo que era…
Así las cosas, pese a gozar de los suficientes ingredientes como para construir un filme memorable, la realidad es que Star Wars: El ascenso de Skywalker ha entrado de lleno en lucha con La amenaza fantasma por convertirse en la peor cinta de la historia de la saga. La falta de valentía se paga, sobre todo con un sable láser en la mano.