Puede que nuestras expectativas estuviesen demasiado altas y que eso le haya pasado factura. Desde hace un par de años, todos esperábamos ansiosos la llegada de The Witcher. En Netflix llevaban tiempo trabajando duramente en el desarrollo de la serie más ambiciosa de su historia con la adaptación a la pequeña pantalla de la novelas de Andrzej Sapkowski, ya convertidas en exitosa saga de videojuegos. Una fantasía medieval cargada de aventuras que funciona, pero que dista mucho de ser la maravilla que prometía.
The Witcher funciona, pero no llega a volar alto en ningún momento. Pese al sensacional espectáculo visual propuesto y a lo interesante de muchos de sus pasajes, lo cierto es que la serie nunca llega a noquearnos con un todo. Absurdo sería decir que no es realmente disfrutable, pero el peaje pagado para entrar en ese mundo de fantasía se hace costoso en exceso.
Esperábamos una nueva Juego de Tronos y ese ha sido parte del error. The Witcher no es ni la mitad de adictiva, pero tampoco tan habilidosa en narrativa como para atraparnos al prime golpe. Es una buena serie, pero o mucho mejora con el paso de las temporadas, o estamos lejos de tener delante el fenómeno de proporciones épicas que prometía ser.