Frente al cabo de poca esperanza arrié mi bandera… Pocas veces la desazón ha alcanzado semejante dosis de satisfacción. A veces no es fácil elegir el camino adecuado. El mundo está lleno de bifurcaciones. Hay quien opta por el camino más fácil para acabar descubriendo dramáticamente que no existe camino sencillo, de modo que ya pueden imaginarse lo que les espera a aquellos que optan por el camino complicado. Calamidades, penurias, desdicha e infinitas adversidades es lo que se encuentran tipos como el bueno de Llewyn Davis (Oscar Isaac). En la Nueva York de principios de los 60, Llewyn coge su guitarra y, con lo puesto, toma el camino del folk. La odisea está servida. Los Coen nos van a coger por la pechera esta noche de confinamiento para recordarnos que el mundo, aún cuando no hay cuarentena, es un lugar inhóspito.
Llewyn no es un perdedor al uso, un cómico patoso o un simple tipo metido en situaciones que le van grandes… o si. Lo cierto es que la vida le va grande. No es un tipo atravesando una mala racha. El mundo ha decidido coserlo a leches y no tiene piedad de él. Está hundido en el fondo de un pozo arañando las paredes para intentar salir, pero hay algo que se ha agarrado a su vieja chaqueta de pana decidido a no soltarlo. Un mal compañero de viaje llamado “fracaso”. Y A propósito de Llewyn Davis no es una película cualquiera.