Puede que sea la obra mas audaz de la última década nuestro querido Woody Allen. Veinte años tenían que pasar para que el menudo volviese a Nueva York para construir un retrato de esos que van un paso más allá de lo que la gente se atreve a contar. Blue Jasmine es tristeza en estado puro. Un sentimiento del que no todo el mundo puede hablar. Pero no una tristeza cualquiera. La tristeza irreversible. La que se siente al ver una barca desvencijada y solitaria en medio de una playa, condenada a pudrirse poco a poco. La Jasmine de Cate Blanchett surcaba las aguas más imponentes de los siete mares, pero ahora está perdida y eso tiene difícil remedio. Si la comicidad aparece en alguna parte es en el ridículo que llevan aparejados personajes tan hundidos en el drama. El patetismo siempre ha tenido cierta gracia cuando puedes verlo desde una distancia prudencial.
Jasmine, una mujer rica y glamourosa de la alta sociedad neoyorquina, se encuentra de repente sin dinero y sin casa. Decide entonces mudarse a San Francisco a vivir con su hermana Ginger, una mujer de clase trabajadora que vive con su novio en un pequeño apartamento. Jasmine, que atraviesa el momento más crítico de su vida, se dedica a tomar antidepresivos y a recordar su antigua vida en Manhattan.
Cate Blanchett se sale en una película absolutamente gloriosa. Blue Jasmine es un espectáculo que hoy podemos disfrutar en Netflix.