Allá vamos con otra película tan pequeña como maravillosa. en esta ocasión, lo que proponemos es un viaje a la Francia del año 2011. El país galo siempre ha sido fuente inagotable de gran cine, lo que se traducía en una cinta de esas que no se pueden dejar pasar y que llevaba por título Declaración de Guerra.
Romeo y Julieta se conocen una noche en un bar, y se enamoran. Las cosas van rodadas para ellos, que pronto empiezan a vivir juntos y tienen su primer hijo: Adán. Una vida llena de amor y de alegría, que frena en seco el día en el que a Adán, con apenas dos años, le diagnostican un cáncer. Todo un retrato de esa guerra contra el cáncer, desde la desesperación, la ira y las alegrías derivadas de las pequeñas victorias, abordada con sentido del humor y frenesí. Un compendio de diferentes reacciones y estados de ánimo humanos, exorcismos que desmitifican la enfermedad, sin escamotear la dureza de la dedicación casi exclusiva que demanda. Y, como toda guerra que se precie, la de esta historia también habrá de dejar ruinas al terminar.
Declaración de guerra es una película en la que el cáncer ocupa un lugar principal sobre el papel, pero lo cierto es que si Alfred Hitchcock viese la película no tardaría en detectar un Macguffin. Efectivamente, la enfermedad no es más que la excusa para hablar de un buen puñado de temas importantes de la vida. Declaración de Guerra es brutalmente humana, lo que automáticamente la convierte en brutalmente rica en emociones y situaciones. Nada de lugares comunes. Aquí no cabe eso de autocompadecerse. Se sufre y se ríe, porque la vida no es más que eso.
Valérie Donzelli escribe, dirige y protagoniza una obra llena de corazón y plagada de honestidad. Pocas virtudes mayores que esas pueden encontrarse en el cine…