Hay que reconocer que era bastante flojita, pero no tanto como para llevarse tal lluvia de palos por parte del público. Mejor dicho, su indiferencia. Y es que cuando vienes de un exitazo tan grande como Matrix, el golpe es todavía más doloroso.
Allá por el año 2008, después de arrasar gracias a Neo y compañía, Warner decidió poner en las manos de los Wachowski la friolera de 120 millones de dólares para adaptar Speed Racer, el famoso anime japonés. Por si no fuese suficiente, la major se gastaba otros 80 millones en publicidad. el problema es que al público no se le engaña así como así, por lo que la cinta solo recaudó 94 millones. 106 millones en pérdidas.
Basada en una popular serie de animación japonesa de los años sesenta, sigue las aventuras de Speed Racer (Emile Hirsch), que parece haber nacido para conducir coches de carreras. Es un piloto agresivo y temerario. Su ídolo es su hermano, el legendario Rex Racer, muerto en un accidente durante una carrera. Speed apoya el negocio familiar automovilístico que dirige su padre (John Goodman), el diseñador del potente bólido Mach 5. Cuando Speed rechaza una oferta muy lucrativa y tentadora de las Industrias Royalton, no sólo hace enfurecer al maniático dueño de la empresa (Roger Allam), sino que, además, descubre un terrible secreto: algunas de las carreras más importantes están siendo manipuladas por unos desalmados empresarios. Si Speed no pilota para la escudería de Royalton, el Mach 5 no podrá nunca ganar una carrera. Si quiere salvar el negocio familiar y el deporte que ama, tendrá que ganarle la partida Royalton. Podría ser mejor…