Jim Jarmusch es uno de esos tipos cuyo talento parece perenne. Cada vez que se pone tras las cámaras, el resultado es algo digno de mención. Un talento realmente especial y ante el que no podemos menos que rendirnos.
A finales de la década de los 90, el viejo Jim nos dejaba una de sus obras más trascendentes. Ghost Dog, el camino del samurái, no alcanzaba la repercusión debida. Difícilmente explicable, ya que la prodigiosa década de cine encontraba en el filme de Forest Whitaker una de las mejore cintas que se recuerdan.
“Ghost Dog” (Whitaker) es un asesino a sueldo de Nueva York, un hombre de actitud tranquila en su vida diaria que se rige bajo el código de honor de los antiguos samuráis. Todo resulta una delicia en Ghost Dog. Cada plano, cada mirada y cada diálogo nos recuerdan lo grande que puede ser el cine. Honesta y hermosa, la película tampoco escatima en mordacidad. Y es que, bajo la piel de una historia común, lo que se esconde es lírica pura.
Sin lugar a dudas, Ghost Dog, el camino del samurái debería ser cinta de culto con hordas de seguidores. Si no lo dijésemos no nos quedaríamos cómodos.