Puede ser uno de los villanos más ilustres del cine. Oskar Schindler (Liam Neeson), un empresario alemán de gran talento para las relaciones públicas, busca ganarse la simpatía de los nazis de cara a su beneficio personal. Después de la invasión de Polonia por los alemanes en 1939, Schindler consigue, gracias a sus relaciones con los altos jerarcas nazis, la propiedad de una fábrica de Cracovia. Allí emplea a cientos de operarios judíos, cuya explotación le hace prosperar rápidamente, gracias sobre todo a su gerente Itzhak Stern (Ben Kingsley), también judío. Pero conforme la guerra avanza, Schindler y Stern comienzan ser conscientes de que a los judíos que contratan, los salvan de una muerte casi segura en el temible campo de concentración de Plaszow, que lidera el Comandante nazi Amon Goeth (Ralph Fiennes), un hombre cruel que disfruta ejecutando judíos.
Efectivamente, hablamos de La Lista de Schindler. Este es uno de esos casos en los que se une el factor “nos encantas” con el sentimiento “te odiamos”. El nazi al que da vida Ralph Fiennes en el clásico de Steven Spielberg nos resulta terrorífico. La crueldad del hombre no tiene límites y los sofocones que nos llevamos por su culpa, tampoco. Nos pasamos media película esperando que algún judío haga pagar al nazi tanta maldad. Una figura que, desgraciadamente, fue muy real.
Nacido en 1908, el oficial austriaco de las SS y comandante del campo de concentración de Plaszow (Polonia) durante la Segunda Guerra Mundial, Amon Goeth fue tan temible como se refleja en la película. De hecho, al terminar la guerra fue condenado por torturas, asesinatos y encarcelamientos ejecutados por sus órdenes, pero también de forma directa por su mano. Crímenes de guerra, mutilaciones, tortura y asesinato de un número indeterminado de personas por lo elevado de la cifra eran su legado demostrado. El 13 de septiembre de 1946 era ejecutado en la horca, cerca del propio Campo de Plaszow. Una “joyita” cuyo rostro real era este.