Es de esas películas injustamente tratadas por el tiempo. Revolutionary Road se plantaba en nuestras vidas en el año 2008 con infinidad de atractivos. El genial Sam Mendes volvía a ofrecernos una obra descomunal que, para colmo, reunía de nuevo a Leonardo DiCaprio y Kate Kinslet una década después de Titanic. Eso sí, lo que nos ponía delante era una historia tan incómoda que no muchos la aceptaron.
Años 50. Frank (Leonardo DiCaprio) y April (Kate Winslet) se conocen en una fiesta y se enamoran. Ella quiere ser actriz. Él sueña con viajar para huir de la rutina y experimentar emociones nuevas. Con el tiempo se convierten en un estable matrimonio con dos hijos que vive en las afueras de Connecticut, pero no son felices. Ambos se enfrentan a un difícil dilema: o luchar por los sueños e ideales que siempre han perseguido o conformarse con su gris y mediocre vida cotidiana.
De ninguna forma sentiríamos un exceso referirnos a Revolutionary Road como una de las mejores películas del nuevo milenio. La adaptación de la novela de Richard Yates resultaba excelsa. ¿El problema? Pues que las miradas llenas de sueños rotos de sus protagonistas resultaban un espejo para gran parte de las sociedades occidentales. Demasiado dolorosa como para ser encumbrada. Hace falta valor para entregarse a los brazos de una película enorme, disponible ahora en el catálogo de Prime Video y Netflix.