Es una auténtica pena el desperdiciar materiales originales tan interesantes. Paul W.S. Anderson es uno de esos directores que nunca han terminado de despegar. De una forma u otra, siempre consigue levantar proyectos con cierto interés en apariencia, pero que terminan resultando auténticas chufas. Para colmo, la afición de Anderson por la adaptación de grandes videojuegos no termina de darnos alegría alguna. Si infame fue su Mortal Kombat, con Resident Evil lograba poco más que alguna entrega agradable. Eso sí, lo de Monster Hunter no hay por donde cogerlo.
Tras nuestro mundo hay otro: un mundo de monstruos peligrosos y poderosos que gobiernan sus dominios con una ferocidad mortal. Cuando la teniente Artemis (Milla Jovovovich) y sus leales soldados son transportados de nuestro mundo al nuevo mundo, la imperturbable teniente recibe el golpe de su vida. En su desesperada batalla por sobrevivir contra enormes enemigos con poderes increíbles y ataques imparables y repugnantes, Artemis se unirá a un hombre misterioso que ha encontrado la forma de defenderse.
Poco o nada funciona en Monster Hunter. A pesar de los titánicos esfuerzos de Milla Jovovich por mantener el pulso, la historia parece un refrito de películas y efectos especiales sin ton ni son. Monster Hunter es tan caótica y empalagosa en su montaje que termina mareando. De hecho, la sensación de que le cortaron a machete más de media hora en la sala de edición no nos abandona ni por un instante.
En estos tiempos en los que tan necesitados estamos de recuperar el ritual de acudir a las salas de cine, si de películas como Monster Hunter depende la remontada de la industria, mal pinta la cosa.