La memoria colectiva no suele ser amable con ciertas películas. Hablamos de cintas a las que, por alguna razón, se las coloca en lugares perdidos, cuando por merecimiento debían estar surcando el paso de los años sin demasiados problemas. Bajo el calificativo de “meros entretenimientos” se trata de menospreciar, si caer en la cuenta de que el halago resulta monumental. Algo que ha ocurrido demasiadas veces en la historia del séptimo arte y que en Yo, Robot se agudiza especialmente.
Chicago, año 2035. Vivimos en completa armonía con robots inteligentes. Cocinan para nosotros, conducen nuestros aviones, cuidan de nuestros hijos y confiamos plenamente en ellos debido a que se rigen por las Tres Leyes de la Robótica que nos protegen de cualquier daño. Inesperadamente un robot se ve implicado en el crimen de un brillante científico y el detective Del Spooner (Will Smith) queda a cargo de la investigación.
Adaptando libremente la obra de Asimov, lo cierto es que Yo, Robot nos ofrece un par de horas trepidantes por cortesía de Alex Proyas. Sin embargo, ahí no terminan sus virtudes. En medio de un camino absorbente, la película va sembrando de mensajes mas que interesantes su metraje. Yo, Robot no pretende trascender lo humano y lo divino, sino hacer que lo pasemos en grande mientras nos deja espacio para ciertas reflexiones lanzadas sin pomposidad, pero que calan.
Por si todo eso no fuese suficiente, aquel Will Smith de 2004 demostraba que pocos actores más magnéticos ha dado el cine en las últimas décadas. Yo, Robot es genial y alguien tenía que recordarlo.