El mundo se ha vuelto un lugar raro. Todos hemos vivido un año de lo más duro y extraño. La industria del cine ha sido, sin lugar a dudas, una de las más afectadas por la pandemia mundial de coronavirus. Sin embargo, la 68 edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián ha servido para recordarnos que el séptimo arte, ese que tanto amamos, sigue vivo. Por muchas cosas que le caigan encima, llamas como la de Donosti nunca se apagan.
No ha sido al uso, pero ha sido. El Festival de San Sebastián volvía a congregar estrellas al ritmo habitual. Un terrero en el que había espacio para valientes como los de Explota, Explota,(Nacho Álvarez) una de las pocas producciones con arrojo como para lanzarse a las salas en estos tiempos de incertidumbre.
En cualquier caso, si una figura acaparaba miradas en esta extraña edición del Festival de San Sebastián, esa ha sido la de Viggo Mortensen. El sensacional actor y director veía premiada su enorme trayectoria con un Premio Donostia más que merecido. Ya sea en la Tierra Media o en ruto con su Green Book, el bueno de Viggo y su talento siempre lucen. Honores mutuos al Festival y a la estrella a partes iguales.
Siempre ocurren cosas en el Festival de San Sebastián. Momentos de cine de altura. Algo que esta vez ocurría por cortesía de Fernando Trueba y Javier Cámara en esa cruda y hermosa cinta titulada El olvido que seremos. Dará que hablar. Sea como fuere, lo que esta claro es que el cine nunca duerme en Donosti. No hay pandemia que derrote al cine.