El funcionamiento de la industria del cine siempre ha sido un intriga en algunos aspectos. Por alguna razón, hay estrellas a las que no se les perdona un patinazo. Una simple película puede terminar por un virus del barro una carrera. Si no que le pregunten a Demi Moore.
Tenía todo lo que se podía pedir: Era guapa, exitosa y estaba casada con el jodido John McClane (Bruce Willis). El público comía de su mano gracias a papeles como el de Ghost, Algunos hombres buenos o Una proposición indecente. Fue entonces cuando Demi sintió la irrefrenable necesidad de dar un paso más allá en su carrera, buscando el reconocimiento de la crítica a base de premios. Tenía que darlo todo y el papel que Andrew Bergman le ofreció parecía estar escrito a su medida. La abnegada madre soltera que se hace bailarina de striptease (Striptease, 1996) era justo lo que estaba buscando.
El desastre fue solemne. Lejos de los objetivos de grandeza de la actriz, la cinta resultó una de las peores películas de la década. Demi Moore se había entregado en cuerpo y alma al papel. Nunca logró superar aquel fracaso. Crítica y público tampoco la perdonaron y el éxito abandonó a la actriz para siempre. Todavía hoy, 25 años después, Demi Moore intenta levantar cabeza.